Wednesday, November 02, 2005

R.A. y la cumbre

No soy radical. De hecho, la política no es algo que me interese demasiado. El personaje en sí me resulta indiferente. Un gran orador, eso seguro, que siempre supo reponerse con dignidad (hiperinflación, pacto de olivos, vuelco automovilístico, muerte de la nieta). Por algo será el ex presidente con mayor prestigio de los últimos 30 años. Sorprendente la lucidez de su nota "Una cumbre para luchar contra la pobreza y la exclusión social", publicada en el Clarín de ayer. Escribió, entre otras cosas, esto:

"Los años 90 han sido difíciles para las democracias latinoamericanas, que debieron sufrir el desmantelamiento de los aparatos estatales de asistencia y previsión social, la privatización salvaje de sus recursos y servicios básicos, la pérdida de su capacidad soberana para morigerar los efectos de las crisis económicas y la hipoteca del endeudamiento externo en el marco de una ideología neoliberal que significó una transferencia interna y externa de riquezas y dejó como secuela sociedades más desiguales e injustas. Hubo responsabilidades en las dirigencias nacionales, también en los organismos financieros internacionales y también en las economías industrializadas y los países desarrollados, que operaron como bombas de succión sobre las economías de nuestros países mientras mantenían sus barreras proteccionistas.

Por eso, es cierto, hay que poner en práctica políticas y orientaciones consistentes con aquellos propósitos, y ésta es una tarea que debe realizarse en conjunto: crisis gravísimas como la vivida por Perú, Ecuador, Venezuela, Paraguay, Bolivia y la Argentina en los últimos años pudieron ser capeadas gracias a la solidaridad y la intervención de esquemas de cooperación y compromiso supranacional, y se preservó en todos los casos lo esencial: la vigencia de las libertades, el respeto por la voluntad popular y los regímenes democráticos.

América latina, tal como lo advierten los indicadores y mediciones internacionales, es el subcontinente más democrático (entendiendo democracia en un sentido amplio y vulgar) pero más desigual del mundo. Mientras exista esta escandalosa contradicción, la situación será preocupante y nuestros países estarán expuestos a recurrentes problemas en su vida institucional y en su propia integridad nacional.

Nuestras democracias han pasado por todo; han soportado duras circunstancias, pero sobrevivieron y fueron rescatadas por las propias sociedades. Falta, sin embargo, un nuevo impulso democratizador para generar consensos transformadores y, principalmente, para acometer la tarea de reorientar la distribución del ingreso y construir sociedades más igualitarias.

El peligro para América latina es la dialéctica de confrontación que puede establecerse entre una política hemisférica de los Estados Unidos que parece retrotraerse a lo peor de los años de la Guerra Fría, y respuestas que sean espasmódicas, aisladas o folclóricas desde nuestra región, que pierdan de vista la necesidad de fortalecer los consensos regionales entre las democracias.

Ya no tenemos que enfrentar dictaduras y regímenes ilegítimos en nuestro continente. Es un enorme salto cualitativo. Pero, luego de un cuarto de siglo de renacimiento y consolidación de la democracia en América latina, no hemos encontrado las herramientas y las políticas que nos permitan alcanzar un desarrollo sostenido y resolver los problemas de pobreza y desigualdad. Desde luego, hay barreras exógenas, pero también endógenas.

La actual administración norteamericana se inclina peligrosamente hacia actitudes hegemónicas en sus relaciones internacionales. No se trata solamente de su evidente proteccionismo, patentizado en la subvención a sus agricultores. Pensemos en temas de importancia mundial, como su catastrófica política en Oriente Medio, o su boicot a la Corte Penal Internacional que debe juzgar los crímenes de guerra, o su reticencia a participar en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, y su increíble posición en materia ecológica.

Para fortalecer las democracias y evitar las tentaciones autoritarias es necesario crear lazos indisolubles entre nuestras naciones. Con voces débiles y aisladas nunca podremos avanzar más allá de lo que nos imponga el imperio. Debe haber una sola voz: la voz de una América latina fuerte, convincente, unida en el objetivo de eliminar la pobreza y evitar la soberbia del más fuerte. Parece una utopía, pero el planteo no puede soslayarse"


Raúl Alfonsín