De pronto creí volver a la casa. Había un colectivo estacionado en la puerta. Tenía el frente todo chocado y salía humo de su motor. Me acerqué y ví que Juancho bajaba del bondi envuelto en una bandera pintada con aerosol. Unos viejitas ricoteros pintaban el colectivo con pintura naranja, mientras otro, con mis zapatillas puestas, escribía: “Ultimo bondi a...” en uno de los costados.
Hola pibe, tu amigo cumplió y trajo vino, sentí que me decían. Me di vuelta y lo vi al viejo tirado sobre la tabla de Jota, tomando de un tetra. Ahora todo está más claro, agregó. Pensé que me volvía loco, no podía ser. Cerré los ojos. Estaba a punto de gritar, pero alguien se me adelantó.
¡Guarda loco!, escuché, y sentí un sacudón. Abrí un ojo, y vi como las dos fuertes luces de un colectivo recorrían el interior del auto acercándose cada vez más, hasta perderse por detrás nuestro. Frenamos. El turco empezó a putear y reputear al chofer del bondi, mientras trataba de bajar del auto. Yo le dije: seguí loco, que se hace tarde. Los demás me apoyaron y entre todos logramos calmarlo.
Puso primera y arrancó despacio, rezongando. Subió el volumen de la radio: "el infierno está encantado o o or, esta noche está encantado o o o, el infierno está embriagado o o or, tu infierno está encantadoooo, ¡esta noche!".
Tuesday, February 28, 2006
Embriagado y circular (5 de 5)
Friday, February 24, 2006
Rain fall down
Wednesday, February 22, 2006
Embriagado y circular (4 de 5)
Me costó un huevo llevarlo hasta la casa. Por suerte adentro no hacía tanto frío. Jota no estaba. Lo puse al lado del eskabe y lo tapé con una frazada que había en un ropero. Cada tanto era como que quería decir algo pero no se le entendía: mñññcchh, yovía del bombi, sares gsilisterrrr... ¿Habría tomado alguna droga el pelotudo? Le di unas palmadas en la jeta y no reaccionó. Juancho, Juancho, soy yo loco ¿me escuchás? Ni acusaba recibo. Pensé en prepararle algo caliente, pero este Jota era un colgado, en la cocina no había café ni té ni mate ni una mierda. Agarré un billete de cinco pesos que había sobre la mesada y salí a comprar algo.
Alcanzó para un paquete de yerba y un poco de café. Al volver me encontré con Jota en la puerta enjuagando la tabla con una manguera. ¿Qué le pasa al Juancho, fiera, no se irá a morir en mi casa, no?, me preguntó haciéndose el gracioso pero con cara de preocupado. Ni contesté. El tipo ya no me caía muy bien, porque yo estaba seguro que me había visto en la playa y se había hecho el pelotudo. Puse agua a calentar. Juancho ya no deliraba, dormía como un bebé. Cebé unos mates pero el pibe no quería saber nada. Jota no tomaba. Al lado de Juancho, cerca del eskabe, me acabé la pava y me quedé dormido. Cuando me desperté el loco no estaba más. En la casa no había nadie.
Al frente estaban los dos conversando. Juancho no se acordaba de nada después de la piña, hasta que se levantó acostado al lado mío. Sentía como que había entrado a otra dimensión, pero no podía explicarlo bien, le dolía mucho la cabeza. Quería volver a Buenos Aires, aunque la verdad es que no estaba para viajar en ese estado. Si quieren se pueden quedar una noche más, mañana ya no tengo lugar porque vienen unos amigos para el recital, nos dijo el Jota. Era lo más conveniente, y acepté por los dos. Juancho estaba muy raro, al rato se volvió para adentro y se tiró a dormir de nuevo.
Este boludo no sabe drogarse, dijo Jota. No le puede pegar tan mal un poco de porro, me hice el entendido. Ma que porro ni porro, ayer antes de que salieran tomamos unos bichos. Por lo visto se dio vuelta y encima lo fajaron, pobre. A mí también me fajaron, para el caso. Sí, pero vos estabas cuerdo, el Juancho estaba reloco, dijo Jota cagándose de risa.
Se me ocurrió que tal vez esa mierda que habían tomado tendría algo que ver con lo que decía Juancho de que había visto el bondi. Che, Jota ¿quedó algo de eso? Queda poco, fiera, me dijo, pero los pibes que vienen mañana seguro que traen más, y un poco de porquería no se le niega a nadie, ¿querés? Sí, contesté. Me pasó una capsulita roja igual a un antigripal. La miré un rato y la guardé en un bolsillo. Tenía que ver lo que había visto Juancho, pero tenía miedo de que me pegara tan mal como a él. Aunque seguro que lo que le había hecho efecto era la mezcla de éxtasis y paliza, así que al rato cargué un vaso de agua, me puse el bichito en la garganta y adentro, pasó limpito. Según Jota tardaría poco menos de una hora en hacer efecto.
Tenía que estar al aire libre, así que salí a dar una vuelta. El Jota me acompañó unas cuadras, iba a conseguir entradas para los Redondos. ¿Quieren venir? Yo las zafo gratis... Ni recuerdo qué contesté. Caminé por todos lados, buscando no sé qué cosa.
Tuesday, February 21, 2006
Friday, February 17, 2006
Thursday, February 16, 2006
Embriagado y circular (3 de 5)
Nos sentamos en la rambla. La noche estaba espectacular, aunque hacía un poco de frío. Del viejo, ni noticias. De pronto apareció un colectivo por la bajada. Venía bastante jugado. A Juancho y a mí se nos paró el corazón. Pero el bondi coleó un poquito en la esquina y por fin agarró la costanera sin problemas. Paró en el almacén.
Era un escolar, de los naranjas. Bajaron un montón de vagos, más fuleros que la mierda. ¡Aguante los redondos loco!, gritaba uno envuelto en una bandera pintada con aerosol. Se nos acercaron tres o cuatro morochos que metían miedo. ¿Qué onda viejita, son ricoteros? No loco, yo acá como queso mar del plata nomás, me escuché decir. Pero qué pelotudo, cómo le voy a salir con eso... Juancho me metió terrible codazo. Lo miré de reojo, el pobre estaba blanco como un papel. ¿Así que sos vivo gringo? Entregame las zapatillas, me dijo uno de los de atrás. Vamo’ a darselás Mono, a ver si son pulenta, propuso otro. Juancho trató de calmar los ánimos: paren muchachos, tomen un poco de vino loco, aguante el Indio Solari... La piña que se comió se podría haber escuchado desde Finisterre. El pobre cayó redondo. Los tres (¿o eran cuatro?, la verdad ni me acuerdo) se me vinieron encima. ¿Vos te la aguantás gringo? Me puse en guardia, resignado. Sentí los primeros golpes, yo también tiré algunos, pero en un momento dado me ligué una mano de atrás que me nubló todo.
Aparecí tirado en la vereda de enfrente, bastante cerca de la puerta del almacén. Estaba amaneciendo. Al lado mío el viejo tomaba del pico de una botella envuelta en papel madera. Ahora sí que hacía un tornillo de cagarse. Me ofreció su frazada, pero pulgas eran lo único que me faltaba. Me dolía todo el cuerpo. Me toqué la cara y parecían dos caras, tenía toda la pilcha llena de sangre. ¡Qué biaba me habían dado! Haceme acordar que nunca más haga chistes boludos, le dije al viejo, ¿dónde está Juancho? Supongo que estarás hablando de tu amigo, contestó, no lo ví.
El viejo me miró fijamente y tomó un poco más. Parece que lo vieron bien de cerca esta vez, no me digas que los pasó por arriba. Era el colmo que el borracho ese se hiciera el gracioso, ¿o realmente creía que el bondi me había pisado? ¿Tan mal me veía? Me paré. ¡Cómo dolía la espalda, carajo! No abuelo, parece que el fin de semana acá tocan los redondos, y de tan mala leche nos cruzamos con un grupo de fanáticos. Me miró sin entender nada. Ma sí, quien me mandaba a mí a darle explicaciones a ese viejo del orto. ¿Y dónde estaría Juancho? Lo que me faltaba era quedarme solo.
Empecé a caminar con dificultad, me dolían hasta las uñas de los pies. Chau abuelo, me vuelvo a Capital. Andá a descansar pibe, y la próxima trae el vino, sólo así te voy a mostrar lo que querés ver. La puta que lo parió. Lo más aconsejable era encontrar a Juancho y arrancar para Buenos Aires al toque. La ciudad se iba a llenar cada vez más de ricoteros, y era para quilombo.
¿Dónde carajo se habría metido? En una de esas el loco se levantó hecho mierda y encaró para el hospital, porque la torta que le habían surtido no era joda. Pero al menos me hubiese avisado. ¿A qué hora habría llegado el viejo que no lo había visto? ¿O me estaría ocultando algo? La puta, de sólo pensar un poco la cabeza me dolía como si tuviera alfileres clavados.
Bajé a la playa, caminé hasta el mar y me mojé un poco el pelo. El agua estaba helada, tal vez me refrescara un poco las ideas. Algunos surferos entraban al mar. Las olas estaban un poco chicas, pero rompían bastante bien. En eso lo distinguí al Jota en el agua. Quizás sabía algo de Juancho. Le empecé a gritar, tenía el viento en contra y el loco no me escuchaba. Con los gritos el dolor de cabeza se hizo insoportable. En eso el Jota se corrió una olita del carajo, la dibujó toda y llegó bastante más cerca de la orilla. Pensé que me había visto, pero enseguida se dio vuelta y empezó a remar para adentro.
¡Qué puta suerte! No me salía una. ¿Me habría visto el Jota? Me puse un poco paranoico y decidí seguir buscando a Juancho por mi cuenta. ¿Y si se había vuelto a Buenos Aires? No, no me hubiera dejado acá. Empecé a delirar cualquier cosa. Sentí unos ruidos: ¿las olas? No, era otra sonido, como pasos. El sol se levantaba y lo iluminaba todo cada vez más, a mí me molestaba. Me acordé de mi cuarto, chiquito pero confortable, mi cama de elásticos. Qué sueño tenía de repente. La inconsciencia me habría dejado muy cansado. Se me cerraban los ojos, no quería volver a abrirlos.
¡Toto, toto!, me despertaron de repente. ¿Quién era, mi viejo? No parecía, pero era difícil enfocar con claridad. La voz era un tanto más fina, más joven. ¡Lo vi, loco, lo vi!, me dijo. ¿A quién viste?, contame o dejame seguir durmiendo... Yo no entendía nada. ¡Al colectivo, hermano, te juro que lo vi! Después de hablar Juancho me miró con el ojo que no tenía en compota y se desplomó sobre la arena.
Tuesday, February 14, 2006
Embriagado y circular (2 de 5)
El hotel era una pocilga, pero no teníamos plata ni para hacer cantar a un ciego. Tranzamos con el ruso de la recepción: un cuarto de tres para los cinco: total ya era tarde, y a esa altura del año el lugar estaba casi vacío. Tuta y Tony querían seguir viaje, pero a los demás nos pareció una locura. Con lo cansados que estábamos y los nervios que habíamos pasado eramos candidatos a pegarnos el palo. El turco no estaba para manejar y el volante no se lo daba a nadie. Así que a la mierda con los que tenían que laburar.
Al otro día, temprano, se fueron los tres para Buenos Aires. Juancho y yo nos quedamos, había algo que no nos cerraba. Fuimos a buscar al viejo y no lo encontramos. Preguntamos en un almacén, ahí en la esquina. Siempre le regalaban vino, aunque no sabían bien dónde paraba. Nos fuimos un rato a la playa, tratando de pensar en otra cosa. Volvimos al hotel a buscar los bolsos, y después de gastar las últimas monedas en algo para comer, esperamos a que cayera la noche.
Cuando llegamos al lugar, era media hora más temprano que la noche anterior al momento del accidente. Nos sentamos a unos metros de esa esquina. Juancho prendió un cigarrillo, al rato otro y otro más. Pasaron tres horas y el colectivo nunca apareció. Decidimos ir a tirarnos en alguna plaza y al otro día volver a dedo a Buenos Aires.
Al empezar a caminar, escuchamos la voz: ¿qué están buscando muchachos? Era el viejo. Hoy cayó más temprano, miren las frenadas. Observamos el asfalto ayudándonos con un encendedor. Nada. Juancho se calentó: viejo borracho, ¿nos estás bardeando o querés volvernos locos? Tranquilo pibe, inviten un cartón de vino y charlamos. No hay nada de qué hablar abuelo, además no tenemos un mango, mandé yo, que a esa altura ya estaba medio enroscado también. El anciano la remató: los espero mañana muchachos, van a ver como vuelven con el caballo cansado. Y traigan vino.
Esa noche nos cagamos de frío. Casi no pudimos dormir. Amanecimos muertos de hambre, pasamos por una frutería y manoteamos un par de naranjas para engañar al estómago. A Juancho se le ocurrió: che, ¿y si lo vamos a ver al Jota? ¿Y quién carajo es el Jota, loco?, le pregunté. Un pibe que vendía porro en bicicleta, ¿te acordás? No, si sabés que yo no fumo, boludo. Igualmente, la idea no era mala, el tal Jota se había venido a Mar del Plata para estar más tranquilo, le gustaba surfear y estar loco, y en Baires había tenido algunos quilombos con la yuta.
El tipo se portó nomás. Habilitó un par de sánguches y con Juancho hicieron uno. Quédense en el garage loco, todo bien. El viejo tenía razón, esa noche volveríamos, y Jota hasta nos aguantó un cartón de Termidor.
Thursday, February 09, 2006
Embriagado y circular (1 de 5)
del bondi a Finisterre
rajando del amor
detrás de un beso nuevo”
(Solari - Beilinson)
¡Guarda loco!, gritó Tony de repente. El turco apenas si pudo pegar el volantazo y todos, empezando por mí, pudimos ver como las dos fuertes luces recorrían el interior del auto acercándose cada vez más, hasta perderse por detrás nuestro. Ahí escuchamos un golpe que nos dejó mudos.
El bondi terminó contra la pared de la rambla, con la trompa aplastada. Salía humo de los restos del motor. Nosotros frenamos como veinte metros más adelante, paralizados. Había sido un milagro, pasamos como enjabonados adentro del Renault 11.
Cuando logramos salir del shock todavía no podíamos creer cómo la habíamos zafado. Tuta y Juancho iban al lado mío, en la parte de atrás, medio fumados. Tony no podía ni hablar. Yo miraba la posición del colectivo, y hacía cálculos en voz alta de cómo hubiéramos quedado si nos la ponía ese brutal armatoste. Al turco le pintó heavy, empezó a putear y reputear al fercho del bondi, mientras trataba de bajar del auto. Con el cinturón puesto y el cierre centralizado se le complicaba la cosa, y eso lo ponía todavía más nervioso. Traté de calmarlo: turco, dejate de joder, mirá que la sacamos en oferta loco, si nos agarra al medio nos parte como un queso. Pero el otro estaba sacado, y como es medio kolynos el chabón, es mejor no cruzársele.
Al final pudo desenredarse. Bajó y encaró derechito al colectivo. A todo esto no habían pasado más de cinco minutos. Yo le comenté a los muchachos, que no podían salir de su cuelgue: muchachos, por ahí el flaco clavó y el bondi nunca le respondió, ¿no ven que cruzó toda la calle? Tuta no paraba de repetir: ¡que mal flash, que mal flash, uuuy man, que mal flash! Juancho peló una de esas reflexiones que sacaba de la galera demostrando que, pese a estar quemado de tanto fumar, era un tipo pensante: no puede andar así por la calle loco, tiene que controlar los frenos todo el tiempo, ¡si casi nos mata! Cuando tenía razón, tenía razón.
Bajé al toque para ver en qué quilombo se metía el turco, que pateaba la puerta del colectivo y la abollaba más de lo que estaba. ¡Bajá hijo de remilputa, hacete cargo ahora! ¡A ver si tenés huevos, la concha de tu madre! Yo me paré en la parte de la pared que quedaba sana, y miré para adentro de la cabina: no se veía a nadie. ¡Pará loco, pará!, le dije a mi amigo, a ver si todavía el tipo está hecho mierda. Dejó de patear, me miró y se subió al lado mío para ver. Mirá, mejor que esté bien hecho mierda porque si no lo voy a hacer mierda yo, resopló.
Lo cierto es que no parecía haber nadie adentro del bondi. La puerta que había pateado el turco era imposible de abrir. La del otro lado menos. Tuvimos que entrar por la de atrás, que abrió fácil. El turco subió primero, a los gritos: ¡¿dónde estás Ayrton, la puta que te parió!? Pero tal cual nos había parecido antes, adentro del bondi no había nadie.
Desde afuera nos llaman: ¿qué hacen? Vamonos, que hace un frío de cagarse. Los pibes habían bajado del auto y no querían saber nada con peleas. Pero era cosa de mandinga, las ventanas estaban cerradas, las puertas delanteras trabadas y la puerta de atrás se abría para adentro, era imposible cerrarla desde afuera. Por ahí estaba estacionado más arriba y se le salió el freno, dijo el turco, entendiendo que yo no entendía. Qué raro loco, qué raro, vamos a hacer la denuncia. Ni en pedo, dijeron los de abajo que no estaban para trámites, salgan que nos tomamos el palo. Pero el turco estuvo de acuerdo conmigo.
En la comisaría, un cabito pendejo nos quería cobrar diez mangos para hacer la denuncia. Andá a cagar. Justo aparece el principal de servicio, un tal Barrientos: ¿cómo dicen, que casi los atropella un colectivo vacío? ¿Se dieron con algo muchachos, o están con ganas de joder? Andá a cagar. Nos fuimos a la mierda.
Volvimos a la costanera, no habrían pasado ni quince minutos, pero el bondi ya no estaba más. Qué cagazo de novela. La pared de la rambla, intacta. Ni rastros del accidente. Entonces vimos a un viejo borracho tirado como a media cuadra, todo mojado, caliente sólo por el vino. ¿Por casualidad no vio un colectivo chocado contra esa pared? Todas las noches a la misma hora, dijo el viejo, mientras le chorreaba de los labios un vino rojo sangre...
Una historia oscura
Hacia el mediodía
sin literatura qué
adorar, perjudicado por pasiones
que no comprendo,
retomo mi tarea
ordenadora. Los papeles
yacen aquí y allá
mis pasos cubren de polvo
el pequeño espacio: no respiro.
Algo atasca, atormenta;
sin querer
este sitio separa.
(Carlos Battilana, "El fin del verano", Editorial Siesta, año 1999)
Wednesday, February 08, 2006
Volví, leí y me gustó
Fabián siguiendo a papá casla.
La dedicatoria de un partido intrascendente.
El prolífico enero del goleador (principalmente esta historia).
Parrilla
La negra tiene un culo de calendario
habla en latinoamericano.
El gordo argento exhibe
su omnipotencia no importa
cuán gordo sea.
El dueño abraza a su nietita
hasta la asfixia.
La cuenta.
Sale el sol no hay
mensajes de texto.
Con la panza llena de asado
a alguna otra parte sin
mucho más para decir.
Tuesday, February 07, 2006
Reminiscencias: el hombre de los gemelos
Decidimos regresar en barquito. Con un gomón te pasan la rompiente y te dejan arriba de la pequeña embarcación de pesca. Muy divertido. Hubiese preferido hacer todo el viaje a los saltos en la lancha, pero la única forma de salir sin caminar es así. Muy despacio sorteamos los acantilados del otro extremo de la playa. Se larga la tormenta y la barca comienza a bailar de lo lindo. Por suerte nunca me mareo en estas situaciones. Pero parece que nuestro vertiginoso guía sí, porque lo vemos aferrado a uno de los bordes con todas sus fuerzas. Finalmente llegamos a un pueblito de pescadores muy pintoresco y nos secamos en un bar mientras tomamos un café caliente. De las paredes y el techo de nuestro bar cuelgan carteles de todos aquellos que pasaron por allí. Mensajes de todo tipo, promesas, deseos, etcétera. Dejo mi mensaje, una suerte de augurio de regreso con descendencia surfística, delirios de no sé donde. La petisa prefiere no dejar nada.
Luego de un amistoso pacto de no agresión, tomamos un colectivo que nos deposita casi en el punto de partida en tiempo record. Parece mentira que después de todo un día de caminata, acantilados, playa desierta y barcaza en plena tormenta, sea tan rápido y sencillo volver. La petisa se niega a cenar en la casa, creo que nuestra cocinita no le simpatiza. Nos quedan muy pocos reales, alcanzan para media muzza y una cerveza de 600. Mucho menos del hambre que tenemos. Pasa el tiempo mientras vemos pasar las pizzas grandes (napolitana, rúcula, calabresa) para otras mesas. La espera se hace larga e insoportable. Es que el día fue muy largo. Ante nuestro reclamo, la moza confiesa que olvidó pasar nuestro pedido a la cocina. Típico de estos casos, la ley de murphie que le dicen. Cuando querés que tarde, te prendés un pucho y viene al toque, cuando estás recontracagado de hambre y tenés guita para media pizza, ¡se la olvidan!
Aburridos y hambrientos, lo vemos. El tipo de la mesa vecina, sólo, recibiendo una pizza entera y colorida. Qué injusticia. Mucho para pocos y poco para muchos. Nosotros dos con media pizzita de merda y el otro lastrando porción a porción una interminable bandeja redonda. No la termina ni en pedo, arriesgo. La petisa coincide. Comenzamos a observarlo, con la ilusión de obtener de alguna manera las sobras que pudiera llegar a abandonar. El tipo es una roca, seguramente un deportista. Mirá los gemelos que tiene el hijo de puta, le digo a la petisa, se la va a comer toda, estamos cagados. Nos reímos a carcajadas mientras llega nuestra miserable cena, que devoramos en un santiamén. El tipo sigue comiendo, pausado pero rítmico. Por un momento se detiene, respira hondo. Vuelve al ataque hiriendo nuestra esperanza: una porción más. Quedan tres. Vuelve a detenerse. Mira su saldo. Abandona. Sobran tres porciones y media, casi cuatro. El hombre de los gemelos llama a la moza, pide que le retiren la bandeja. Seguro que pidió llevarse las sobras en un paquetito, tira la petisa. Es que aquí es muy común que la gente se lleve lo que no termina de comer. Esperamos, le traen la cuenta. Ahora él es quien espera, seguramente el paquete. Pero no, finalmente se levanta y se retira pasando a nuestro lado. Nos dedica una súbita mirada, desconociendo que fue el exclusivo ocupante de nuestras especulaciones por los últimos cuarenta minutos, y gana la calle.
Llamo a la moza. En portuñol avanzado le agradezco la atención y le recuerdo amistosamente el olvido de nuestro pedido. La moza se disculpa otra vez. Le contesto que está disculpada, pero que la mejor forma de compensarnos sería ofreciéndonos lo que ha dejado nuestro musculoso vecino. La moza mira incrédula. La petisa se raja, presa de un ataque de vergüenza, inventando una urgente necesidad de ir al baño. La moza pregunta si de verdad queremos las sobras. Le respondo que sí, por supuesto. Ella se retira con cara de confusión y regresa con las tres porciones y media (casi cuatro). Enseguida se incorpora la petisa. Rápidamente se olvida de su vergüenza y ataca sin piedad los humeantes triángulos de queso. Pasa la moza. La petisa intenta justificar nuestra rapiña explicando que nos quedamos sin efectivo, que patatín patatán, que blablabla, todas cosas que a la moza no le interesan o no entiende. Pero así se queda tranquila, termina de justificar la situación y podemos seguir comiendo. Terminamos muy satisfechos. Somos felices. Y todo gracias al señor de los anillos. Perdón, de los gemelos.