Tuesday, February 14, 2006

Embriagado y circular (2 de 5)


El hotel era una pocilga, pero no teníamos plata ni para hacer cantar a un ciego. Tranzamos con el ruso de la recepción: un cuarto de tres para los cinco: total ya era tarde, y a esa altura del año el lugar estaba casi vacío. Tuta y Tony querían seguir viaje, pero a los demás nos pareció una locura. Con lo cansados que estábamos y los nervios que habíamos pasado eramos candidatos a pegarnos el palo. El turco no estaba para manejar y el volante no se lo daba a nadie. Así que a la mierda con los que tenían que laburar.
Al otro día, temprano, se fueron los tres para Buenos Aires. Juancho y yo nos quedamos, había algo que no nos cerraba. Fuimos a buscar al viejo y no lo encontramos. Preguntamos en un almacén, ahí en la esquina. Siempre le regalaban vino, aunque no sabían bien dónde paraba. Nos fuimos un rato a la playa, tratando de pensar en otra cosa. Volvimos al hotel a buscar los bolsos, y después de gastar las últimas monedas en algo para comer, esperamos a que cayera la noche.
Cuando llegamos al lugar, era media hora más temprano que la noche anterior al momento del accidente. Nos sentamos a unos metros de esa esquina. Juancho prendió un cigarrillo, al rato otro y otro más. Pasaron tres horas y el colectivo nunca apareció. Decidimos ir a tirarnos en alguna plaza y al otro día volver a dedo a Buenos Aires.
Al empezar a caminar, escuchamos la voz: ¿qué están buscando muchachos? Era el viejo. Hoy cayó más temprano, miren las frenadas. Observamos el asfalto ayudándonos con un encendedor. Nada. Juancho se calentó: viejo borracho, ¿nos estás bardeando o querés volvernos locos? Tranquilo pibe, inviten un cartón de vino y charlamos. No hay nada de qué hablar abuelo, además no tenemos un mango, mandé yo, que a esa altura ya estaba medio enroscado también. El anciano la remató: los espero mañana muchachos, van a ver como vuelven con el caballo cansado. Y traigan vino.
Esa noche nos cagamos de frío. Casi no pudimos dormir. Amanecimos muertos de hambre, pasamos por una frutería y manoteamos un par de naranjas para engañar al estómago. A Juancho se le ocurrió: che, ¿y si lo vamos a ver al Jota? ¿Y quién carajo es el Jota, loco?, le pregunté. Un pibe que vendía porro en bicicleta, ¿te acordás? No, si sabés que yo no fumo, boludo. Igualmente, la idea no era mala, el tal Jota se había venido a Mar del Plata para estar más tranquilo, le gustaba surfear y estar loco, y en Baires había tenido algunos quilombos con la yuta.
El tipo se portó nomás. Habilitó un par de sánguches y con Juancho hicieron uno. Quédense en el garage loco, todo bien. El viejo tenía razón, esa noche volveríamos, y Jota hasta nos aguantó un cartón de Termidor.