Thursday, February 16, 2006

Embriagado y circular (3 de 5)


Nos sentamos en la rambla. La noche estaba espectacular, aunque hacía un poco de frío. Del viejo, ni noticias. De pronto apareció un colectivo por la bajada. Venía bastante jugado. A Juancho y a mí se nos paró el corazón. Pero el bondi coleó un poquito en la esquina y por fin agarró la costanera sin problemas. Paró en el almacén.
Era un escolar, de los naranjas. Bajaron un montón de vagos, más fuleros que la mierda. ¡Aguante los redondos loco!, gritaba uno envuelto en una bandera pintada con aerosol. Se nos acercaron tres o cuatro morochos que metían miedo. ¿Qué onda viejita, son ricoteros? No loco, yo acá como queso mar del plata nomás, me escuché decir. Pero qué pelotudo, cómo le voy a salir con eso... Juancho me metió terrible codazo. Lo miré de reojo, el pobre estaba blanco como un papel. ¿Así que sos vivo gringo? Entregame las zapatillas, me dijo uno de los de atrás. Vamo’ a darselás Mono, a ver si son pulenta, propuso otro. Juancho trató de calmar los ánimos: paren muchachos, tomen un poco de vino loco, aguante el Indio Solari... La piña que se comió se podría haber escuchado desde Finisterre. El pobre cayó redondo. Los tres (¿o eran cuatro?, la verdad ni me acuerdo) se me vinieron encima. ¿Vos te la aguantás gringo? Me puse en guardia, resignado. Sentí los primeros golpes, yo también tiré algunos, pero en un momento dado me ligué una mano de atrás que me nubló todo.
Aparecí tirado en la vereda de enfrente, bastante cerca de la puerta del almacén. Estaba amaneciendo. Al lado mío el viejo tomaba del pico de una botella envuelta en papel madera. Ahora sí que hacía un tornillo de cagarse. Me ofreció su frazada, pero pulgas eran lo único que me faltaba. Me dolía todo el cuerpo. Me toqué la cara y parecían dos caras, tenía toda la pilcha llena de sangre. ¡Qué biaba me habían dado! Haceme acordar que nunca más haga chistes boludos, le dije al viejo, ¿dónde está Juancho? Supongo que estarás hablando de tu amigo, contestó, no lo ví.
El viejo me miró fijamente y tomó un poco más. Parece que lo vieron bien de cerca esta vez, no me digas que los pasó por arriba. Era el colmo que el borracho ese se hiciera el gracioso, ¿o realmente creía que el bondi me había pisado? ¿Tan mal me veía? Me paré. ¡Cómo dolía la espalda, carajo! No abuelo, parece que el fin de semana acá tocan los redondos, y de tan mala leche nos cruzamos con un grupo de fanáticos. Me miró sin entender nada. Ma sí, quien me mandaba a mí a darle explicaciones a ese viejo del orto. ¿Y dónde estaría Juancho? Lo que me faltaba era quedarme solo.
Empecé a caminar con dificultad, me dolían hasta las uñas de los pies. Chau abuelo, me vuelvo a Capital. Andá a descansar pibe, y la próxima trae el vino, sólo así te voy a mostrar lo que querés ver. La puta que lo parió. Lo más aconsejable era encontrar a Juancho y arrancar para Buenos Aires al toque. La ciudad se iba a llenar cada vez más de ricoteros, y era para quilombo.
¿Dónde carajo se habría metido? En una de esas el loco se levantó hecho mierda y encaró para el hospital, porque la torta que le habían surtido no era joda. Pero al menos me hubiese avisado. ¿A qué hora habría llegado el viejo que no lo había visto? ¿O me estaría ocultando algo? La puta, de sólo pensar un poco la cabeza me dolía como si tuviera alfileres clavados.
Bajé a la playa, caminé hasta el mar y me mojé un poco el pelo. El agua estaba helada, tal vez me refrescara un poco las ideas. Algunos surferos entraban al mar. Las olas estaban un poco chicas, pero rompían bastante bien. En eso lo distinguí al Jota en el agua. Quizás sabía algo de Juancho. Le empecé a gritar, tenía el viento en contra y el loco no me escuchaba. Con los gritos el dolor de cabeza se hizo insoportable. En eso el Jota se corrió una olita del carajo, la dibujó toda y llegó bastante más cerca de la orilla. Pensé que me había visto, pero enseguida se dio vuelta y empezó a remar para adentro.
¡Qué puta suerte! No me salía una. ¿Me habría visto el Jota? Me puse un poco paranoico y decidí seguir buscando a Juancho por mi cuenta. ¿Y si se había vuelto a Buenos Aires? No, no me hubiera dejado acá. Empecé a delirar cualquier cosa. Sentí unos ruidos: ¿las olas? No, era otra sonido, como pasos. El sol se levantaba y lo iluminaba todo cada vez más, a mí me molestaba. Me acordé de mi cuarto, chiquito pero confortable, mi cama de elásticos. Qué sueño tenía de repente. La inconsciencia me habría dejado muy cansado. Se me cerraban los ojos, no quería volver a abrirlos.
¡Toto, toto!, me despertaron de repente. ¿Quién era, mi viejo? No parecía, pero era difícil enfocar con claridad. La voz era un tanto más fina, más joven. ¡Lo vi, loco, lo vi!, me dijo. ¿A quién viste?, contame o dejame seguir durmiendo... Yo no entendía nada. ¡Al colectivo, hermano, te juro que lo vi! Después de hablar Juancho me miró con el ojo que no tenía en compota y se desplomó sobre la arena.