Saturday, September 30, 2006
Friday, September 29, 2006
La ri(di(et)culez
"Lo increíble es el sueño de la flacura. El target de las modelos y princesas. Con las clavículas y omóplatos expuestos. La anorexia ya no es una enfermedad: es una aspiración estética. Es la consagración de la paradoja. La del ayuno voluntario en un mundo que en gran parte tiene que ayunar involuntariamente."
(Fragmento escogido por superloyds de la columna "Puerto Libre", por Orlando Barone, suplemento enfoques de la nación del domingo 24 de septiembre de 2006)
(Fragmento escogido por superloyds de la columna "Puerto Libre", por Orlando Barone, suplemento enfoques de la nación del domingo 24 de septiembre de 2006)
Thursday, September 28, 2006
Cambio de planes
La lectura de hoy queda suspendida. Vaya un fuerte abrazo a un buen amigo y su familia en este momento.
Wednesday, September 27, 2006
Tuesday, September 26, 2006
Todo en su lugar
La revancha quedó en casa. Arrancaron mejor los amigos cordobeses, pero gracias a nuestra incorporación paraguaya y a la dupla cu-ca pudimos darlo vuelta. Córdoba 1 - Buenos Aires 1. El partido definitivo, a fin de año, en rosario o bahía blanca. Más detalles y fotos del encuentro y post encuentro, acá.
eyos y llo
a la cara novedosamente flaca
se le salen las arrugas la vejez
no se adelgaza no es diet
la enana filosofa profundo
viaja de querida en hilo dental
habla de foucault y toma
cerveza en el piso de pinotea
la leguleya embarazada
se caga en todos los códigos
deriva billetes ajenos y se casa
con un juez amigo
el borracho grita no sé tomar
los amigos fuera del fogón
el show de caju y el calor sólo
para los invitados de la novia
los poetas súbitamente enamorados
se toquetean en las terrazas
los cruces los llantos los carteles
la casa que se cae a pedazos
entretanto yo tomo fernet
sueño con un hermano muerto
la boca seca me suena
temblorosa y al final dos manos
tardías no me aplauden
se le salen las arrugas la vejez
no se adelgaza no es diet
la enana filosofa profundo
viaja de querida en hilo dental
habla de foucault y toma
cerveza en el piso de pinotea
la leguleya embarazada
se caga en todos los códigos
deriva billetes ajenos y se casa
con un juez amigo
el borracho grita no sé tomar
los amigos fuera del fogón
el show de caju y el calor sólo
para los invitados de la novia
los poetas súbitamente enamorados
se toquetean en las terrazas
los cruces los llantos los carteles
la casa que se cae a pedazos
entretanto yo tomo fernet
sueño con un hermano muerto
la boca seca me suena
temblorosa y al final dos manos
tardías no me aplauden
Friday, September 22, 2006
Bienvenidos
Thursday, September 21, 2006
Wednesday, September 20, 2006
Es hora de recuperar la magia del cine
"En 1978, a los 18 años, disparé por primera vez una cámara de super 8 en Barrancas de Belgrano. Quería filmar algo, lo que fuera. Lo que me tocó en suerte fue una familia de gitanos sentados en el pasto. No me daban bola, no les tuve que decir que no mirasen la cámara porque eso que me temblaba en las manos se parecía más a una radio portátil que a cualquier otra cosa, una Kodak rectangular, de plástico. Gasté todo el rollo de tres minutos en una única toma. Al fin y al cabo eso es lo que había que hacer.
Con tomas así de largas, digamos, ya estabas haciendo algo diferente, algo como me mostraban esas películas tan sofisticadas que podía ver todos los viernes a la noche en La Manzana de las Luces. Allí se había instalado un cineclub, bah, unas sillas y un proyector de 16 mm. que pasaba lo que parecía estar cambiando el futuro del cine: Wenders y 'Movimiento falso', Fassbinder y ´La angustia corroe el alma'.
Lo primero que a uno le impactaba de este tipo de cine es que había momentos, perdón por la simpleza, que parecía no pasar nada. La antítesis del continuado en el cine Unión y los sábados de super acción. Esto era lo que uno tenía que hacer si quería ser un director de vanguardia, lo sano y más práctico: tomas a fondo de rollo.
Dejar simplemente que las cosas pasaran frente al lente o, mejor dicho, 'captar los acontecimientos desde una nueva sensibilidad'.
Así, de esta forma no tan compleja, uno podía adquirir sin demasiada transpiración una personalidad interesante. Una especie de pasaporte fosforescente que te destacaba del resto de los simples mortales que disfrutaban como chanchos con 'Río Rojo', 'Fuerte apache', 'Cantando bajo la lluvia', 'Fiebre de sábado por la noche' y toda esa serie interminable de bobadas complacientes fabricadas para las masas que se resistían malcriadas a sufrir frente a la pantalla.
Van pasando las décadas y cambian las modas, pero la constante es que con dos o tres truquitos estilísticos, si algún charlatán en una escuela te ayuda a detectarlos, uno se puede convertir automáticamente en el hoy del cine y engrupir a novias y críticos. No hay riesgo y si se te va la mano decís que es un homenaje.
Una vez sentado en el lomo de la correcta atmósfera que la moda sugiere, podés darte el lujo hasta de mear de un chorro a Hawks, Wyler, Wilder y, por qué no, a la nouvelle vague.
Esto se fue haciendo descaradamente evidente y llegó a su máxima expresión con el chiste que Lars Von Trier les jugó a todos con el Dogma.
¿Y ahora? ¿Dónde estamos ahora? ¿Es ésta una nueva era? ¿Se habrá vencido finalmente al virus de tanta autoconciencia?
Sería fantástico que el cine de ficción vuelva a entender para qué sirve. Que vuelva a simplemente querer contar bien historias interesantes (como si esto fuera poco). Dejemos al arte dramático del cine un poco en paz de política y de modas.
Hagamos cine para unir a la gente, no para separarla por pensar distinto, no para excluirla porque narramos como eunucos snobs, no para mirarla de costado porque genuinamente no entienden, y sobre todo, dejemos de echarles la culpa por esto. La culpa es de los que hacemos cine. No nos olvidemos que los tenemos ilusionados sentados a oscuras."
(Columna de opinión de alejandro agresti, publicada en espectáculos de la nación del domingo 27 de agosto de 2006)
Con tomas así de largas, digamos, ya estabas haciendo algo diferente, algo como me mostraban esas películas tan sofisticadas que podía ver todos los viernes a la noche en La Manzana de las Luces. Allí se había instalado un cineclub, bah, unas sillas y un proyector de 16 mm. que pasaba lo que parecía estar cambiando el futuro del cine: Wenders y 'Movimiento falso', Fassbinder y ´La angustia corroe el alma'.
Lo primero que a uno le impactaba de este tipo de cine es que había momentos, perdón por la simpleza, que parecía no pasar nada. La antítesis del continuado en el cine Unión y los sábados de super acción. Esto era lo que uno tenía que hacer si quería ser un director de vanguardia, lo sano y más práctico: tomas a fondo de rollo.
Dejar simplemente que las cosas pasaran frente al lente o, mejor dicho, 'captar los acontecimientos desde una nueva sensibilidad'.
Así, de esta forma no tan compleja, uno podía adquirir sin demasiada transpiración una personalidad interesante. Una especie de pasaporte fosforescente que te destacaba del resto de los simples mortales que disfrutaban como chanchos con 'Río Rojo', 'Fuerte apache', 'Cantando bajo la lluvia', 'Fiebre de sábado por la noche' y toda esa serie interminable de bobadas complacientes fabricadas para las masas que se resistían malcriadas a sufrir frente a la pantalla.
Van pasando las décadas y cambian las modas, pero la constante es que con dos o tres truquitos estilísticos, si algún charlatán en una escuela te ayuda a detectarlos, uno se puede convertir automáticamente en el hoy del cine y engrupir a novias y críticos. No hay riesgo y si se te va la mano decís que es un homenaje.
Una vez sentado en el lomo de la correcta atmósfera que la moda sugiere, podés darte el lujo hasta de mear de un chorro a Hawks, Wyler, Wilder y, por qué no, a la nouvelle vague.
Esto se fue haciendo descaradamente evidente y llegó a su máxima expresión con el chiste que Lars Von Trier les jugó a todos con el Dogma.
¿Y ahora? ¿Dónde estamos ahora? ¿Es ésta una nueva era? ¿Se habrá vencido finalmente al virus de tanta autoconciencia?
Sería fantástico que el cine de ficción vuelva a entender para qué sirve. Que vuelva a simplemente querer contar bien historias interesantes (como si esto fuera poco). Dejemos al arte dramático del cine un poco en paz de política y de modas.
Hagamos cine para unir a la gente, no para separarla por pensar distinto, no para excluirla porque narramos como eunucos snobs, no para mirarla de costado porque genuinamente no entienden, y sobre todo, dejemos de echarles la culpa por esto. La culpa es de los que hacemos cine. No nos olvidemos que los tenemos ilusionados sentados a oscuras."
(Columna de opinión de alejandro agresti, publicada en espectáculos de la nación del domingo 27 de agosto de 2006)
Baileys, sin hielo
-Sin embargo, cuando habla, parece que sí buscara palabras destellantes. Su escritura parece ser más llana que su oralidad.
-Es curioso. Estoy de acuerdo y no me lo habían dicho antes. Aunque a veces trato de escribir como si estuviera hablando. Procuro reproducir en la escritura el habla natural, lo que se oye en las calles. No me gustan los libros que son culteranos, los que se distancian de la realidad. Aquéllos en los que el escritor, de contrabando, trata de hacer notar lo inteligente o lo erudito que es empequeñeciendo al lector, diciéndole "Mira cuánto sé, mira cuánto ignoras. Aprende de mí". Ese tipo de escritores no me gustan. Creo que los mejores escritores son aquellos que no se hacen notar, que son más simples. Como los árbitros de fútbol... Es una comparación muy tonta pero siempre pensé, y a mí me encanta el fútbol, que el mejor árbitro es aquel que no detiene mucho el juego, que no tiene un afán de protagonismo. Aquel que entiende que la gente no ha pagado para verlo a él sino para disfrutar del fútbol. Los buenos escritores deben esconderse y dejar que la historia tenga poder hipnótico sobre el lector.
-Pero su último libro es muy autorreferencial, está escrito en primera persona.
-Hablo del estilo, no de volcar en la literatura pedazos de la copia de uno, aunque eso es algo que está muy marcado en mi novela y supongo que cambiará. Siempre escribo en mis novelas cosas que viví o cosas que no pude vivir y para migrar esa frustración intento vivirlas en la literatura.
-Se extravía tanto en la escritura como se extravía en la vida?
-Ahora me extravío más en la literatura de lo que me pierdo en la vida. Creo que en la vida soy más conservador, en cambio en la literatura me permito algunas aventuras, algunos desenfrenos o algunas desmesuras que ya no me permito en la vida.
-¿Qué es usted? ¿O qué considera que es?
-Soy un tonto ante todo, probadamente, genéticamente.
-¿Genéticamente?
-Se nace inteligente o se nace tonto. Nadie elige las neuronas que tiene.
-Jaime, es determinista. Nadie, ni usted, cree eso.
-Yo sí. Además creo que es una gran liberación asumirse tonto. Te diré más: creo que los escritores somos mucho más tontos de lo que pensamos. Los escritores somos niños, tremendamente vanidosos, narcisistas, caprichosos. Somos unas prima donna. Fijate cómo se pelean. No hay cosa más atroz que un congreso de escritores. Todos se odian, se detestan, se clavan puñales, se pelean, nunca perdonan una mala crítica, detestan el éxito ajeno. Siempre que otro triunfa, es triunfo les correspondía a ellos. Seguramente, eso no pasa en un congreso de dentistas o de ingenieros o de futbolistas.
-¿Le parece una característica de todos los escritores?
-Creo que la mayor parte somos muy egocéntricos. Estamos demasiado pendientes de una buena o mala crítica. La opinión del otro nos importa mucho. Mi experiencia es que un escritor raramente perdona una mala crítica. Es infrecuente que consiga separar su obra de su persona. Por ejemplo, si alguien le dice que su novela es una mierda, es imposible que ese escritor le diga: "Bueno, está bien, es tu punto de vista, vamos a tomar una copa". De inmediato, esa persona se convierte en un enemigo, peor si es otro escritor, no lo perdonamos nunca. Los escritores nos creemos muy inteligentes pero no actuamos con inteligencia.
-En la revista Veintitrés le dedicó una doble página a su estufa eléctrica portátil...
-Es una anécdota rigurosamente cierta. Soy muy friolento. Y luego de levantarme no hago nada. En realidad, leer y escribir son verbos casi sinónimos de vagar o divagar. Yo soy un vago, de hecho todos los escritores lo somos. Yo no conozco a ningún escritor que se dedique al trabajo. Somos todos grandes haraganes y nos hemos inventado este oficio para no salir de casa, para no tener que ir a una oficina y soportar a un jefe. Es una manera fantástica de no hacer nada, de tener una vida sedentaria, cómoda y, con suerte, se gana dinero.
-¿Se sienta y escribe o no siempre sale?
-¡Nunca me sale!
-¿Y se queda sentado igual?
-Cuando no me sale me paro y camino. Salgo al jardín, a la terraza, camino, hablo conmigo mismo hasta que encuentro algo. Pero escribir siempre es una agonía, más en estos tiempos en los que hay tantas formas de distracción: internet, el chat, el celular, el teléfono, las series de televisión. Siempre hay mil razones para no escribir porque nadie te obliga a hacerlo. No hay jefe. No hay nada.
-¿Se siente mal cuando pasa el tiempo y no escribe?
-Ah, sí, sí. No me lo perdono. Soy muy culposo. Y cuando no escribo siento que soy un vago imperdonable. En cambio, cuando escribo, siento que soy un vago feliz. Y esas horas que he dedicado a escribir, al margen de que lo que haya hecho tenga algún valor, ya completan el día. Cuando escribo me siento bien, con derecho a seguir tonteando.
(de la entrevista a jaime baily publicada en la revista playboy argentina, en el número 05 de mayo de 2006)
-Es curioso. Estoy de acuerdo y no me lo habían dicho antes. Aunque a veces trato de escribir como si estuviera hablando. Procuro reproducir en la escritura el habla natural, lo que se oye en las calles. No me gustan los libros que son culteranos, los que se distancian de la realidad. Aquéllos en los que el escritor, de contrabando, trata de hacer notar lo inteligente o lo erudito que es empequeñeciendo al lector, diciéndole "Mira cuánto sé, mira cuánto ignoras. Aprende de mí". Ese tipo de escritores no me gustan. Creo que los mejores escritores son aquellos que no se hacen notar, que son más simples. Como los árbitros de fútbol... Es una comparación muy tonta pero siempre pensé, y a mí me encanta el fútbol, que el mejor árbitro es aquel que no detiene mucho el juego, que no tiene un afán de protagonismo. Aquel que entiende que la gente no ha pagado para verlo a él sino para disfrutar del fútbol. Los buenos escritores deben esconderse y dejar que la historia tenga poder hipnótico sobre el lector.
-Pero su último libro es muy autorreferencial, está escrito en primera persona.
-Hablo del estilo, no de volcar en la literatura pedazos de la copia de uno, aunque eso es algo que está muy marcado en mi novela y supongo que cambiará. Siempre escribo en mis novelas cosas que viví o cosas que no pude vivir y para migrar esa frustración intento vivirlas en la literatura.
-Se extravía tanto en la escritura como se extravía en la vida?
-Ahora me extravío más en la literatura de lo que me pierdo en la vida. Creo que en la vida soy más conservador, en cambio en la literatura me permito algunas aventuras, algunos desenfrenos o algunas desmesuras que ya no me permito en la vida.
-¿Qué es usted? ¿O qué considera que es?
-Soy un tonto ante todo, probadamente, genéticamente.
-¿Genéticamente?
-Se nace inteligente o se nace tonto. Nadie elige las neuronas que tiene.
-Jaime, es determinista. Nadie, ni usted, cree eso.
-Yo sí. Además creo que es una gran liberación asumirse tonto. Te diré más: creo que los escritores somos mucho más tontos de lo que pensamos. Los escritores somos niños, tremendamente vanidosos, narcisistas, caprichosos. Somos unas prima donna. Fijate cómo se pelean. No hay cosa más atroz que un congreso de escritores. Todos se odian, se detestan, se clavan puñales, se pelean, nunca perdonan una mala crítica, detestan el éxito ajeno. Siempre que otro triunfa, es triunfo les correspondía a ellos. Seguramente, eso no pasa en un congreso de dentistas o de ingenieros o de futbolistas.
-¿Le parece una característica de todos los escritores?
-Creo que la mayor parte somos muy egocéntricos. Estamos demasiado pendientes de una buena o mala crítica. La opinión del otro nos importa mucho. Mi experiencia es que un escritor raramente perdona una mala crítica. Es infrecuente que consiga separar su obra de su persona. Por ejemplo, si alguien le dice que su novela es una mierda, es imposible que ese escritor le diga: "Bueno, está bien, es tu punto de vista, vamos a tomar una copa". De inmediato, esa persona se convierte en un enemigo, peor si es otro escritor, no lo perdonamos nunca. Los escritores nos creemos muy inteligentes pero no actuamos con inteligencia.
-En la revista Veintitrés le dedicó una doble página a su estufa eléctrica portátil...
-Es una anécdota rigurosamente cierta. Soy muy friolento. Y luego de levantarme no hago nada. En realidad, leer y escribir son verbos casi sinónimos de vagar o divagar. Yo soy un vago, de hecho todos los escritores lo somos. Yo no conozco a ningún escritor que se dedique al trabajo. Somos todos grandes haraganes y nos hemos inventado este oficio para no salir de casa, para no tener que ir a una oficina y soportar a un jefe. Es una manera fantástica de no hacer nada, de tener una vida sedentaria, cómoda y, con suerte, se gana dinero.
-¿Se sienta y escribe o no siempre sale?
-¡Nunca me sale!
-¿Y se queda sentado igual?
-Cuando no me sale me paro y camino. Salgo al jardín, a la terraza, camino, hablo conmigo mismo hasta que encuentro algo. Pero escribir siempre es una agonía, más en estos tiempos en los que hay tantas formas de distracción: internet, el chat, el celular, el teléfono, las series de televisión. Siempre hay mil razones para no escribir porque nadie te obliga a hacerlo. No hay jefe. No hay nada.
-¿Se siente mal cuando pasa el tiempo y no escribe?
-Ah, sí, sí. No me lo perdono. Soy muy culposo. Y cuando no escribo siento que soy un vago imperdonable. En cambio, cuando escribo, siento que soy un vago feliz. Y esas horas que he dedicado a escribir, al margen de que lo que haya hecho tenga algún valor, ya completan el día. Cuando escribo me siento bien, con derecho a seguir tonteando.
(de la entrevista a jaime baily publicada en la revista playboy argentina, en el número 05 de mayo de 2006)
Tuesday, September 19, 2006
Monday, September 18, 2006
ellos y yo
al expositor le patina la ere
las carteras no están más
solas
nos la mandan a guardar
los performers están locos:
uno es un bodrio
el otro es bizarro pero
al menos hace gracia
el rubio se queda dormido
en todas partes
nuestro arquero da rebote
en la última jugada
el cumpleañero me lima la gorra
con su tributo a jimi hendrix
los delanteros
no le hacen un gol a nadie
los gorditos caretas
pagan en dólares
tienen hijos y hablan
de carreras empresariales
mientras yo
me enamoro de una casa
recorro el barrio de moda
diagramo un cuento impublicable
las carteras no están más
solas
nos la mandan a guardar
los performers están locos:
uno es un bodrio
el otro es bizarro pero
al menos hace gracia
el rubio se queda dormido
en todas partes
nuestro arquero da rebote
en la última jugada
el cumpleañero me lima la gorra
con su tributo a jimi hendrix
los delanteros
no le hacen un gol a nadie
los gorditos caretas
pagan en dólares
tienen hijos y hablan
de carreras empresariales
mientras yo
me enamoro de una casa
recorro el barrio de moda
diagramo un cuento impublicable
Friday, September 15, 2006
En guardia: hay un enano en el jardín
"Al llegar a casa descubro que alguien dejó un enano de jardín en el medio del parque, y si bien hasta ahora no lo sabía, con sólo verlo me doy cuenta de que odio los enanos de jardín. ¿Quién lo habrá dejado? No creo que lo haya traído la crecida del río. Debe haber sido Osvaldo, el isleño que corta el césped: él es el único que viene durante la semana.
No necesito ningún nuevo accesorio para la casa, me gusta así como está: paredes de un amarillo muy claro, persianas y puertas de madera, árboles, canteros, flores, ningún enano. Así que trato de levantarlo, pero es tan pesado -debe ser de cemento macizo- que al segundo intento decido tomarlo por la cabeza, es decir por el ridículo gorrito que llevan todos los enanos de jardín, y arrastrarlo hasta el muelle.
Al volver la vista descubro el surco que el paso de la estatua dejó marcado en el césped. Con gran esfuerzo cargo al enano en la lancha, me subo y me dirijo a la casa de Osvaldo, rodeada de perros que ladran, se acercan, me huelen y amenazan con morderme. Por suerte sale a mi encuentro su mujer, que muestra las encías para decir que el marido estuvo toda la semana trabajando en la Capital, que todavía no volvió pero que puede llegar de un momento a otro. Le pregunto si sabe algo del enano pero pregunta ¿qué enano? Ese que está ahí, digo y señalo la lancha. Ella se acerca para verlo mejor. Qué bonito, ¿es suyo?, dice y entiendo que es inútil hablar con ella, así que vuelvo a subir a la lancha perseguido por los perros que no dejan de ladrar.
De pie en la proa, el enano contempla el horizonte con ojos de cemento.
Al llegar a casa amarro la lancha al muelle, bajo la estatua y vuelvo a arrastrarla por el surco que, desde hace un rato y hasta que vuelva a crecer el césped, arruina un jardín que antes era perfecto.
La isla es el único lugar en el que puedo relajarme. No debería tener estos sobresaltos, mucho menos por una razón tan estúpida y tan pequeña. ¿De qué te reís?, le pregunto al enano pero me doy cuenta de que estoy demasiado alterado, que debería tranquilizarme. Me siento en el suelo, delante de él. Me detengo a observarlo: botas oscuras, pantalón verde, camisa roja, sombrero amarillo. ¿Quién te enseñó a combinar los colores? Lo único que falta es que me conteste. Mejor destapo una cerveza y me olvido de todo.
Voy a la cocina y busco una lata bien fría. Acomodo la poca ropa que traje, reviso la alacena: de hambre no voy a morir. Agarro un libro y me siento en el sillón de mimbre que hay debajo del alero del frente de la casa, a unos metros del río, del muelle, de la costa, del jardín y del maldito enano.
Pero ¿cómo abandonarme a la lectura si no puedo dejar de pensar en él? Me conozco: las estupideces pueden captar toda mi atención, así que me incorporo, me acerco al enano y vuelvo a arrastrarlo hasta el muelle. Pienso en tirarlo al agua pero por alguna razón que desconozco no me animo, entonces lo escondo debajo de la ligustrina, para no tener que verlo.
Vuelvo al sillón, bebo un trago de cerveza y trato de leer.
Quince minutos más tarde estoy cargando otra vez al enano, lo arrastro hasta el jardín y vuelvo a pararlo donde lo encontré. Si a Laly le gusta puedo dejarlo acá para que juegue con él cada vez que venga. ¿Cómo puede ser que mi hija todavía no conozca esta casa?...
Comienzo a caminar en dirección al muelle pero me detengo frente al enano. Su sonrisa me altera. Apoyo una mano sobre el sombrero de cemento que cubre su cabeza de cemento y lo empujo con fuerza hacia atrás para que caiga de espaldas al suelo. Así está mejor...
¿Y esto?, pregunta Lola al ver la estatua tendida en el suelo. Le digo que no sé, que alguien lo dejó acá por equivocación. Debe ser un regalo, dice, como si regalar enanos de jardín fuera lo más normal del mundo. Cuando se inclina para levantarla, recuerdo el esfuerzo que tuve que hacer para cargarla hasta el muelle. Observo sus movimientos sin decir una palabra. Unos segundos más tarde descubro dos cosas: a) que mi silencio tiene como único fin comprobar la superioridad física del género masculino sobre el femenino, y b) que Lola tiene mucha más fuerza de la que yo imaginaba...
Pero cuando estoy a punto de incorporarme, escucho el motor de una lancha que se acerca: el ruido contrasta con la poca velocidad que desarrolla. Al llegar, Osvaldo se quita la gorra -una gorra con visera en la que se pueden ver las iniciales NY-, me saluda y amarra la lancha al muelle.
Me dijo mi mujer que me andaba buscando, dice, ¿necesita algo? No, contesto, quería saber si el enano era suyo. ¿Quién? El enano. ¿Qué enano? Venga, digo y acompaño el pedido con un gesto de mi mano derecha. Con una agilidad de la que no lo creía capaz, Osvaldo salta de la lancha al muelle y me sigue a través del jardín.
Ese que está ahí, digo señalando al enano. Osvaldo lo mira con curiosidad, por un momento entrecierra los ojos hasta que al fin todos los músculos de su rostro se contraen en una mueca de interés. ¿Dónde lo compró?, pregunta. Sus ojos van del enano a mí y de mí al enano, como si nos estuviera comparando. ¿No le digo que lo dejaron acá?, pensé que era suyo. Yo no sé nada, se lo deben haber dejado de regalo, dice. ¿Cómo? Además yo no compro enanos chinos, porque este enano es chino, dice. No lo parece, digo y Osvaldo se acerca a la estatua, la observa con detenimiento y dice: ¿no ve que tiene la bandera china en la parte de atrás del gorrito?
Me acerco al enano para ver que Osvaldo tiene razón. Tiene razón, Osvaldo, le digo y él vuelve a señalar la bandera. Dice: la pintan chiquita para que la gente no se dé cuenta, pero a la noche brilla tanto que se puede ver desde lejos. Orgulloso por sus conocimientos sobre los enanos de jardín, Osvaldo enciende un cigarrillo y pregunta si necesito algo más.
Lo acompaño hasta el muelle. Desde la lancha me grita: si no lo quiere no lo tire al agua porque trae mala suerte. Estoy seguro de que está mintiendo, pero tampoco me interesa que mi suerte empeore, si eso es posible. La lancha se aleja pero el eco del motor continúa durante unos segundos. En el cielo despejado y azul pueden verse las primeras estrellas."
(Fragmentos arbitrariamente escogidos por superloyds del cuento "un lugar más alejado", de alejandro parisi. El cuento forma parte de la antología "la joven guardia", editada por grupo editorial norma en el año 2005, con selección y prólogo de maximiliano tomas)
No necesito ningún nuevo accesorio para la casa, me gusta así como está: paredes de un amarillo muy claro, persianas y puertas de madera, árboles, canteros, flores, ningún enano. Así que trato de levantarlo, pero es tan pesado -debe ser de cemento macizo- que al segundo intento decido tomarlo por la cabeza, es decir por el ridículo gorrito que llevan todos los enanos de jardín, y arrastrarlo hasta el muelle.
Al volver la vista descubro el surco que el paso de la estatua dejó marcado en el césped. Con gran esfuerzo cargo al enano en la lancha, me subo y me dirijo a la casa de Osvaldo, rodeada de perros que ladran, se acercan, me huelen y amenazan con morderme. Por suerte sale a mi encuentro su mujer, que muestra las encías para decir que el marido estuvo toda la semana trabajando en la Capital, que todavía no volvió pero que puede llegar de un momento a otro. Le pregunto si sabe algo del enano pero pregunta ¿qué enano? Ese que está ahí, digo y señalo la lancha. Ella se acerca para verlo mejor. Qué bonito, ¿es suyo?, dice y entiendo que es inútil hablar con ella, así que vuelvo a subir a la lancha perseguido por los perros que no dejan de ladrar.
De pie en la proa, el enano contempla el horizonte con ojos de cemento.
Al llegar a casa amarro la lancha al muelle, bajo la estatua y vuelvo a arrastrarla por el surco que, desde hace un rato y hasta que vuelva a crecer el césped, arruina un jardín que antes era perfecto.
La isla es el único lugar en el que puedo relajarme. No debería tener estos sobresaltos, mucho menos por una razón tan estúpida y tan pequeña. ¿De qué te reís?, le pregunto al enano pero me doy cuenta de que estoy demasiado alterado, que debería tranquilizarme. Me siento en el suelo, delante de él. Me detengo a observarlo: botas oscuras, pantalón verde, camisa roja, sombrero amarillo. ¿Quién te enseñó a combinar los colores? Lo único que falta es que me conteste. Mejor destapo una cerveza y me olvido de todo.
Voy a la cocina y busco una lata bien fría. Acomodo la poca ropa que traje, reviso la alacena: de hambre no voy a morir. Agarro un libro y me siento en el sillón de mimbre que hay debajo del alero del frente de la casa, a unos metros del río, del muelle, de la costa, del jardín y del maldito enano.
Pero ¿cómo abandonarme a la lectura si no puedo dejar de pensar en él? Me conozco: las estupideces pueden captar toda mi atención, así que me incorporo, me acerco al enano y vuelvo a arrastrarlo hasta el muelle. Pienso en tirarlo al agua pero por alguna razón que desconozco no me animo, entonces lo escondo debajo de la ligustrina, para no tener que verlo.
Vuelvo al sillón, bebo un trago de cerveza y trato de leer.
Quince minutos más tarde estoy cargando otra vez al enano, lo arrastro hasta el jardín y vuelvo a pararlo donde lo encontré. Si a Laly le gusta puedo dejarlo acá para que juegue con él cada vez que venga. ¿Cómo puede ser que mi hija todavía no conozca esta casa?...
Comienzo a caminar en dirección al muelle pero me detengo frente al enano. Su sonrisa me altera. Apoyo una mano sobre el sombrero de cemento que cubre su cabeza de cemento y lo empujo con fuerza hacia atrás para que caiga de espaldas al suelo. Así está mejor...
¿Y esto?, pregunta Lola al ver la estatua tendida en el suelo. Le digo que no sé, que alguien lo dejó acá por equivocación. Debe ser un regalo, dice, como si regalar enanos de jardín fuera lo más normal del mundo. Cuando se inclina para levantarla, recuerdo el esfuerzo que tuve que hacer para cargarla hasta el muelle. Observo sus movimientos sin decir una palabra. Unos segundos más tarde descubro dos cosas: a) que mi silencio tiene como único fin comprobar la superioridad física del género masculino sobre el femenino, y b) que Lola tiene mucha más fuerza de la que yo imaginaba...
Pero cuando estoy a punto de incorporarme, escucho el motor de una lancha que se acerca: el ruido contrasta con la poca velocidad que desarrolla. Al llegar, Osvaldo se quita la gorra -una gorra con visera en la que se pueden ver las iniciales NY-, me saluda y amarra la lancha al muelle.
Me dijo mi mujer que me andaba buscando, dice, ¿necesita algo? No, contesto, quería saber si el enano era suyo. ¿Quién? El enano. ¿Qué enano? Venga, digo y acompaño el pedido con un gesto de mi mano derecha. Con una agilidad de la que no lo creía capaz, Osvaldo salta de la lancha al muelle y me sigue a través del jardín.
Ese que está ahí, digo señalando al enano. Osvaldo lo mira con curiosidad, por un momento entrecierra los ojos hasta que al fin todos los músculos de su rostro se contraen en una mueca de interés. ¿Dónde lo compró?, pregunta. Sus ojos van del enano a mí y de mí al enano, como si nos estuviera comparando. ¿No le digo que lo dejaron acá?, pensé que era suyo. Yo no sé nada, se lo deben haber dejado de regalo, dice. ¿Cómo? Además yo no compro enanos chinos, porque este enano es chino, dice. No lo parece, digo y Osvaldo se acerca a la estatua, la observa con detenimiento y dice: ¿no ve que tiene la bandera china en la parte de atrás del gorrito?
Me acerco al enano para ver que Osvaldo tiene razón. Tiene razón, Osvaldo, le digo y él vuelve a señalar la bandera. Dice: la pintan chiquita para que la gente no se dé cuenta, pero a la noche brilla tanto que se puede ver desde lejos. Orgulloso por sus conocimientos sobre los enanos de jardín, Osvaldo enciende un cigarrillo y pregunta si necesito algo más.
Lo acompaño hasta el muelle. Desde la lancha me grita: si no lo quiere no lo tire al agua porque trae mala suerte. Estoy seguro de que está mintiendo, pero tampoco me interesa que mi suerte empeore, si eso es posible. La lancha se aleja pero el eco del motor continúa durante unos segundos. En el cielo despejado y azul pueden verse las primeras estrellas."
(Fragmentos arbitrariamente escogidos por superloyds del cuento "un lugar más alejado", de alejandro parisi. El cuento forma parte de la antología "la joven guardia", editada por grupo editorial norma en el año 2005, con selección y prólogo de maximiliano tomas)
Thursday, September 14, 2006
Wednesday, September 13, 2006
En guardia: in progress
"Otra vez la pelota está en el aire y las voces de los chicos se mezclan en exclamaciones, gritos y comentarios. Nuestro personaje no los escucha. Sigue mirando a la chica y por momentos recuerda la presencia de las mujeres en el banco de al lado y también las mira, aunque por unos pocos segundos, sólo para comprobar que continúan absortas en su conversación. El resto de la plaza ya no tiene ninguna importancia para él. Ni la gente que fluye ni el policía ni el tipo de la silla de ruedas que aparece, de vez en cuando, por detrás de la base del monumento, pidiendo, significan algo para nuestro personaje. Es evidente que la chica ha concentrado toda su atención. Observa cómo, cuando ella levanta los brazos para golpear la pelota, su espalda se arquea y muestra una V perfecta que va de sus hombros a su estrecha cintura. De atrás, piensa, ya es una mujer; y está armando en su mente la última palabra de ese pensamiento cuando, por tercera vez, ve que la pelota -que ha vuelto a sobrar a la chica- se dirige hacia él. Esta vez la pelota cae mansamente en sus manos y nuestro personaje -que ha lanzado el cigarrillo casi consumido hacia un costado- se la lleva al pecho, a la espera de que la chica vuelva a avanzar para pedírsela. Pero la chica da sólo dos pasos y se detiene. Los chicos también se adelantan un poco, hasta donde está ella, y todos miran al hombre del chambergo gris que retiene, inexplicablemente, la pelota. Si este breve relato fuera llevado al cine, en este preciso momento el director debería eliminar la música y, además, el sonido ambiente; debería mostrar en un plano general a nuestro personaje y a los chicos y, de fondo, el movimiento de los peatones y las palomas en un ir y venir completamente sordo. Podría incluir, tal vez, un primer plano del rostro de la chica -asombrada- y otro, unos segundos después, que mostrara la cara arrugada del viejo en una inquietante expresión de felicidad. Podría mostrar, rápido, también en un plano corto, la pelota, y después, volviendo al plano general, a los otros chicos y, más lejos, a las madres. Quizá sería conveniente que la chica se adelantara un poco más hacia el viejo, despacio, y le pidiera la pelota alargando uno de sus brazos con la palma de la mano vuelta hacia arriba y abierta. '¿Me la devuelve?', le podría preguntar, tímida, la chica; y estas palabras se recortarían claramente en el silencio que ha invadido, unos segundos antes, la sala del cine. En este punto el director debería liberar la reserva más creativa de su imaginación: podría ensayar varios finales e incluso mostrarlos a todos en una sucesión algo caótica de imágenes, como una manera de representar la confusión en el pensamiento del tipo del chambergo gris, y, también, el carácter imprevisible de los acontecimientos. Un primer final podría mostrar al viejo devolviendo la pelota sin decir nada, simplemente estirando el brazo hacia la chica que la agarrará casi de un zarpazo y retrocederá, con sus amigos, otra vez hacia el cantero, pero ahora alejándose un poco más de nuestro personaje, que la seguirá con la vista mientras busca y enciende, sin apuro, su tercer cigarrillo. Un segundo final podría mostrar al tipo del chambergo gris, sonriente. Un tercer final podría incluir un breve diálogo entre el viejo y la chica, en el que el viejo le dice que le devolverá la pelota sólo si ella accede a darle un beso; en este caso una de las madres intuye lo que está pasando y se levanta y lo encara al viejo, que le dice que no se meta, que está hablando con la chica, y todo desemboca en una lamentable discusión callejera con la mujer llamando a gritos al policía y el tipo de la silla de ruedas asomándose por detrás del monumento para ver qué pasa. Otro final, el cuarto, podría mostrar al viejo levantándose y yéndose con la pelota debajo del brazo, sin atender a las protestas de la chica y de sus compañeros. El quinto y último final podría ser algo más truculento: el viejo se levanta de golpe y en su mano reluce la hoja de un cuchillo que debió traer debajo del sobretodo; dos palomas espantadas elevándose torpemente y un pequeño charco de sangre que va creciendo serían las últimas imágenes de esta versión. Todo sería posible, querido lector, en el caso de que nuestro relato fuera llevado al cine. Pero sólo estamos haciendo literatura, y hace ya algunos segundos que terminaron los diez minutos establecidos para la narración."
(Fragmento arbitrariamente escogido por superloyds del cuento "diez minutos", de hernán arias. El cuento forma parte de la antología "la joven guardia", editada por grupo editorial norma en el año 2005, con selección y prólogo de maximiliano tomas)
(Fragmento arbitrariamente escogido por superloyds del cuento "diez minutos", de hernán arias. El cuento forma parte de la antología "la joven guardia", editada por grupo editorial norma en el año 2005, con selección y prólogo de maximiliano tomas)
Tuesday, September 12, 2006
Monday, September 11, 2006
En guardia: de los cuernos y de la muerte...
"Pensó que Elena podría estar engañándolo; dos demoras continuas en una relación sin desequilibrios eran una advertencia. No le parecía descabellado que una muchacha menor de treinta años precisara más de un hombre para presumir, ante amigas o en la juiciosa soledad, un destino ecuánime, consolador. Además, si aplicaba a la relación un poco de la justicia racional con la que a menudo tejía mortificaciones, no encontraba los motivos del amor y la comprensión incondicional de Elena. Él, mucho mayor, no tenía argumentos para requerir un amor fiel. Sin duda de por medio existía una incongruencia que no llegaba a ser un equívoco. Nunca había sido generoso o amable; al contrario, había abusado de lo que para un hombre mayor significaba una mujer joven humillándola con ratos de silencio, caricias no correspondidas, miradas burlonas, o refiriéndole aventuras que jamás había vivido pero que ella aprobaba con ojos deslumbrados. Los favores económicos que le ofrecía desde el inicio de la relación formaban parte de ese ultraje disimulado que ahora tenía la impresión de que había ido edificando pieza a pieza hasta amordazarla a un amor sin atajos, sin testigos, un amor con una sola víctima.
Era evidente: ella podía tolerar a un amante de su clase, que privilegiaba por sobre todo las privaciones, sólo recurriendo a otros hombres, a la infidelidad, o peor aún, a la traición al amor. ¿Para qué lo soportaría sino para disfrutar mejor del engaño y la promiscuidad, recibir dinero prestado, hacer favores a amigos de amigos y alimentar, con una culpa mínima, el escuálido amor tendido entre ellos...? Debía someterla a un interrogatorio. Antes le diría que no le incomodaban los engaños, en toda relación los había y en el verdadero amor no cabían castigos para ese tipo de malentendidos; lo importante era, llegado el momento, tener el coraje de confesarlos y abarcar al otro en la expiación gradual del dolor. No, en realidad debía llegar a saberlo sin preguntar, obligarla a la confesión confundiéndola con gestos de amor, elaborar paso a paso una culpa momificante. Un regalo. Sí. Un regalo era la primera prueba para descifrar su infidelidad. En caso de sorprenderse, creerse indigna, todo estaría claro y él debería proseguir con muestras de generosidad hasta que la culpa le impidiera hablar, mirar, y no resistiera más el momento de la confesión, el estallido... Entonces, sí, él estaría a sus anchas, procedería sin esfuerzo, como si ejecutara una sentencia, y podría decidir con una palabra, con una mueca, el futuro del amor. Podría reducirla a la servidumbre o pergeñar una forma provechosa de abandono."
(Fragmento arbitrariamente escogido por superloyds del cuento "otra mujer", de oliverio coelho. El cuento forma parte de la antología "la joven guardia", editada por grupo editorial norma en el año 2005, con selección y prólogo de maximiliano tomas)
Era evidente: ella podía tolerar a un amante de su clase, que privilegiaba por sobre todo las privaciones, sólo recurriendo a otros hombres, a la infidelidad, o peor aún, a la traición al amor. ¿Para qué lo soportaría sino para disfrutar mejor del engaño y la promiscuidad, recibir dinero prestado, hacer favores a amigos de amigos y alimentar, con una culpa mínima, el escuálido amor tendido entre ellos...? Debía someterla a un interrogatorio. Antes le diría que no le incomodaban los engaños, en toda relación los había y en el verdadero amor no cabían castigos para ese tipo de malentendidos; lo importante era, llegado el momento, tener el coraje de confesarlos y abarcar al otro en la expiación gradual del dolor. No, en realidad debía llegar a saberlo sin preguntar, obligarla a la confesión confundiéndola con gestos de amor, elaborar paso a paso una culpa momificante. Un regalo. Sí. Un regalo era la primera prueba para descifrar su infidelidad. En caso de sorprenderse, creerse indigna, todo estaría claro y él debería proseguir con muestras de generosidad hasta que la culpa le impidiera hablar, mirar, y no resistiera más el momento de la confesión, el estallido... Entonces, sí, él estaría a sus anchas, procedería sin esfuerzo, como si ejecutara una sentencia, y podría decidir con una palabra, con una mueca, el futuro del amor. Podría reducirla a la servidumbre o pergeñar una forma provechosa de abandono."
(Fragmento arbitrariamente escogido por superloyds del cuento "otra mujer", de oliverio coelho. El cuento forma parte de la antología "la joven guardia", editada por grupo editorial norma en el año 2005, con selección y prólogo de maximiliano tomas)
Friday, September 08, 2006
En guardia: ¿te cave?
"Cuando regresé, el cavador ya no estaba.
Con un sentimiento de fatalidad busqué posibles huellas hacia el agua, por si acaso había seguido mi sugerencia, pero no encontré nada y entonces decidí volver. Revisé el pozo y los alrededores. En la casa, recorrí las habitaciones con desconfianza. Me detuve en los descansos de la escalera, lo llamé en voz alta desde los pasillos, algo avergonzado. Más tarde salí. Caminé hasta el pozo, me asomé y lo llamé otra vez. No se veía nada. Me acosté boca abajo en el suelo, metí la mano y tanteé las paredes: se trataba de un trabajo prolijo, de aproximadamente un metro de diámetro, que se hundía hacia el centro de la tierra. Pensé en la posibilidad de meterme, pero enseguida la deseché. Cuando apoyé una mano para levantarme, los bordes se quebraron. Me aferré a los pastizales y, paralizado, oí el ruido de la tierra cayendo en la oscuridad. Mis rodillas resbalaron en el borde y vi cómo la boca del pozo se desmoronaba y se perdía en su interior. Me puse de pie y observé el desastre. Miré con miedo a mi alrededor, pero el cavador no se veía por ningún lado. Entonces se me ocurrió que podría arreglar los bordes con un poco de tierra húmeda, aunque necesitaría una pala y algo de agua.
Volví a la casa. Abrí los placares, revisé dos cuartos traseros a los que entraba por primera vez, busqué en el lavadero. Al fin, en una caja junto a otras herramientas viejas, encontré una pala de jardinería. Era pequeña, pero servía para empezar. Cuando salí de la casa, me encontré frente a frente con el cavador. Escondí la pala detrás de mi cuerpo.
-Lo estaba buscando, don. Tenemos un problema.
Por primera vez, el cavador me miraba con desconfianza.
-Diga -dije.
-Alguien más ha estado cavando.
-¿Alguien más? ¿Está seguro?
-Conozco el trabajo. Alguien ha estado cavando.
-¿Y usted dónde estaba?
-Afilaba la pala.
-Bueno -dije, tratando de ser terminante-, usted cave cuanto pueda y no vuelva a dispersarse. Yo vigilo los alrededores.
Vaciló. Se alejó unos pasos pero al fin se detuvo y se volvió hacia mí. Distraído, yo había dejado caer mi brazo y la pala colgaba junto a mis piernas.
-¿Va a cavar, don? -me miró.
Instintivamente oculté la pala. Él parecía no reconocer en mí al hombre que yo había sido para él hasta un momento antes.
-¿Va a cavar? -insistió.
-Lo ayudo. Usted cava un rato y yo sigo cuando se cansa.
El cavador levantó la pala y volvió a clavarla en la tierra.
-El pozo es suyo -dijo-, usted no puede cavar."
(Fragmento arbitrariamente escogido por superloyds del cuento "el cavador", de samantha schweblin. El cuento forma parte de la antología "la joven guardia", editada por grupo editorial norma en el año 2005, con selección y prólogo de maximiliano tomas)
Con un sentimiento de fatalidad busqué posibles huellas hacia el agua, por si acaso había seguido mi sugerencia, pero no encontré nada y entonces decidí volver. Revisé el pozo y los alrededores. En la casa, recorrí las habitaciones con desconfianza. Me detuve en los descansos de la escalera, lo llamé en voz alta desde los pasillos, algo avergonzado. Más tarde salí. Caminé hasta el pozo, me asomé y lo llamé otra vez. No se veía nada. Me acosté boca abajo en el suelo, metí la mano y tanteé las paredes: se trataba de un trabajo prolijo, de aproximadamente un metro de diámetro, que se hundía hacia el centro de la tierra. Pensé en la posibilidad de meterme, pero enseguida la deseché. Cuando apoyé una mano para levantarme, los bordes se quebraron. Me aferré a los pastizales y, paralizado, oí el ruido de la tierra cayendo en la oscuridad. Mis rodillas resbalaron en el borde y vi cómo la boca del pozo se desmoronaba y se perdía en su interior. Me puse de pie y observé el desastre. Miré con miedo a mi alrededor, pero el cavador no se veía por ningún lado. Entonces se me ocurrió que podría arreglar los bordes con un poco de tierra húmeda, aunque necesitaría una pala y algo de agua.
Volví a la casa. Abrí los placares, revisé dos cuartos traseros a los que entraba por primera vez, busqué en el lavadero. Al fin, en una caja junto a otras herramientas viejas, encontré una pala de jardinería. Era pequeña, pero servía para empezar. Cuando salí de la casa, me encontré frente a frente con el cavador. Escondí la pala detrás de mi cuerpo.
-Lo estaba buscando, don. Tenemos un problema.
Por primera vez, el cavador me miraba con desconfianza.
-Diga -dije.
-Alguien más ha estado cavando.
-¿Alguien más? ¿Está seguro?
-Conozco el trabajo. Alguien ha estado cavando.
-¿Y usted dónde estaba?
-Afilaba la pala.
-Bueno -dije, tratando de ser terminante-, usted cave cuanto pueda y no vuelva a dispersarse. Yo vigilo los alrededores.
Vaciló. Se alejó unos pasos pero al fin se detuvo y se volvió hacia mí. Distraído, yo había dejado caer mi brazo y la pala colgaba junto a mis piernas.
-¿Va a cavar, don? -me miró.
Instintivamente oculté la pala. Él parecía no reconocer en mí al hombre que yo había sido para él hasta un momento antes.
-¿Va a cavar? -insistió.
-Lo ayudo. Usted cava un rato y yo sigo cuando se cansa.
El cavador levantó la pala y volvió a clavarla en la tierra.
-El pozo es suyo -dijo-, usted no puede cavar."
(Fragmento arbitrariamente escogido por superloyds del cuento "el cavador", de samantha schweblin. El cuento forma parte de la antología "la joven guardia", editada por grupo editorial norma en el año 2005, con selección y prólogo de maximiliano tomas)
Wednesday, September 06, 2006
Alborotos, marchas y pataleos
"Cada uno grita y patalea desde el lugar que puede. O que le toca. Desde la zanja, el patio, la azotea, el balcón terraza o el pent house. Cada uno va con lo que tiene: pasamontañas, palos, cacerolas o velas. Con ropa de oferta o vestuario caro. O si quiere, desnudo. Y con cultura de descarte, de obelisco, de barrio o de country. Cada uno adhiere a una marcha o a una contramarcha si tiene ganas. Y si tiene desgano adhiere al desgano. Y hay marchas que tienen su hinchada y otras que, apenas salen a la cancha, la platea las silba.
Pero todos somos militantes: hasta los que militan en la nada. O los que dicen que no militan sino que se quedan en casa y no se ocupan de política. La neutralidad es también una ideología. Y la indiferencia, una posición activa. Y los santuarios son homenajes furiosos contenidos, porque los 'santuaristas' saben que se puede hacer catarsis con una flor pero no con una horca.
Cada uno marcha y grita en pos de algo aunque se quede quieto o aunque haga silencio y tapie las ventanas de su casa. Este es un tiempo social de entrecruzamientos y cruces, de pulsiones y de reclamos. Reclaman hasta los que están atiborrados porque su ingesta se ha habituado a atiborrarse y a un miligramo menos de bocado lo consideran un ayuno inmerecido. Reclaman los que reclaman por la inercia antropológica del abandono perpetuo y creen ver un insterticio. Reclaman los que no reclaman porque el reclamo les interrumpe el tránsito.
Hay una calentura democrática que algunos ven con miedo en vez de ver con curiosidad apasionada, con desprejuicio partidario y con libertad de credo y de descreimiento."
(Fragmento escogido por superloyds de la columna "Puerto Libre", por Orlando Barone, suplemento enfoques de la nación del domingo 27 de agosto de 2006)
Pero todos somos militantes: hasta los que militan en la nada. O los que dicen que no militan sino que se quedan en casa y no se ocupan de política. La neutralidad es también una ideología. Y la indiferencia, una posición activa. Y los santuarios son homenajes furiosos contenidos, porque los 'santuaristas' saben que se puede hacer catarsis con una flor pero no con una horca.
Cada uno marcha y grita en pos de algo aunque se quede quieto o aunque haga silencio y tapie las ventanas de su casa. Este es un tiempo social de entrecruzamientos y cruces, de pulsiones y de reclamos. Reclaman hasta los que están atiborrados porque su ingesta se ha habituado a atiborrarse y a un miligramo menos de bocado lo consideran un ayuno inmerecido. Reclaman los que reclaman por la inercia antropológica del abandono perpetuo y creen ver un insterticio. Reclaman los que no reclaman porque el reclamo les interrumpe el tránsito.
Hay una calentura democrática que algunos ven con miedo en vez de ver con curiosidad apasionada, con desprejuicio partidario y con libertad de credo y de descreimiento."
(Fragmento escogido por superloyds de la columna "Puerto Libre", por Orlando Barone, suplemento enfoques de la nación del domingo 27 de agosto de 2006)
Tuesday, September 05, 2006
El mejor de todos los tiempos
Saturday, September 02, 2006
Friday, September 01, 2006
No le cuentes nada a un escritor
-¿Cree en este sentido en el poder de la literatura?
-Tengo serias dudas sobre el poder de las palabras. Los escritores debemos ser cuidadosos y evitar que la fuerza de nuestras palabras nos atrape o nos arrastre. Muchas veces, los literatos se dejan llevar por ellas pero no demuestran un compromiso real con las situaciones insufribles.
-¿Cómo se relaciona con su obra cuando la crea?
-Escribir es casi todo mi mundo y cuando lo hago no tengo tiempo libre. Me desagrada confesarlo, pero tengo lápices al lado de la cama y cuando me despierto por la noche con una idea la anoto en la palma de la mano. Si al levantarme no entiendo lo que escribí, me enojo conmigo mismo. Siempre evalúo si cada persona que me encuentro, cada historia que me cuentan y cada paisaje sirven para el libro. Contarle algo a un escritor es como abrazarse a un carterista: enseguida te robará.
-¿Qué siente cuando la obra ya se mueve por el mundo?
-Es difícil. Mis libros son intimistas y me duele cuando la reacción de los lectores no encaja con la historia. A veces, me enoja más cuando me admiran por las razones equivocadas que cuando me odian por las correctas.
(de la entrevista a david grossman publicada en el suplemento de cultura de Perfil, el 20 de agosto de 2006)
-Tengo serias dudas sobre el poder de las palabras. Los escritores debemos ser cuidadosos y evitar que la fuerza de nuestras palabras nos atrape o nos arrastre. Muchas veces, los literatos se dejan llevar por ellas pero no demuestran un compromiso real con las situaciones insufribles.
-¿Cómo se relaciona con su obra cuando la crea?
-Escribir es casi todo mi mundo y cuando lo hago no tengo tiempo libre. Me desagrada confesarlo, pero tengo lápices al lado de la cama y cuando me despierto por la noche con una idea la anoto en la palma de la mano. Si al levantarme no entiendo lo que escribí, me enojo conmigo mismo. Siempre evalúo si cada persona que me encuentro, cada historia que me cuentan y cada paisaje sirven para el libro. Contarle algo a un escritor es como abrazarse a un carterista: enseguida te robará.
-¿Qué siente cuando la obra ya se mueve por el mundo?
-Es difícil. Mis libros son intimistas y me duele cuando la reacción de los lectores no encaja con la historia. A veces, me enoja más cuando me admiran por las razones equivocadas que cuando me odian por las correctas.
(de la entrevista a david grossman publicada en el suplemento de cultura de Perfil, el 20 de agosto de 2006)
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