Wednesday, September 20, 2006

Baileys, sin hielo

-Sin embargo, cuando habla, parece que sí buscara palabras destellantes. Su escritura parece ser más llana que su oralidad.
-Es curioso. Estoy de acuerdo y no me lo habían dicho antes. Aunque a veces trato de escribir como si estuviera hablando. Procuro reproducir en la escritura el habla natural, lo que se oye en las calles. No me gustan los libros que son culteranos, los que se distancian de la realidad. Aquéllos en los que el escritor, de contrabando, trata de hacer notar lo inteligente o lo erudito que es empequeñeciendo al lector, diciéndole "Mira cuánto sé, mira cuánto ignoras. Aprende de mí". Ese tipo de escritores no me gustan. Creo que los mejores escritores son aquellos que no se hacen notar, que son más simples. Como los árbitros de fútbol... Es una comparación muy tonta pero siempre pensé, y a mí me encanta el fútbol, que el mejor árbitro es aquel que no detiene mucho el juego, que no tiene un afán de protagonismo. Aquel que entiende que la gente no ha pagado para verlo a él sino para disfrutar del fútbol. Los buenos escritores deben esconderse y dejar que la historia tenga poder hipnótico sobre el lector.
-Pero su último libro es muy autorreferencial, está escrito en primera persona.
-Hablo del estilo, no de volcar en la literatura pedazos de la copia de uno, aunque eso es algo que está muy marcado en mi novela y supongo que cambiará. Siempre escribo en mis novelas cosas que viví o cosas que no pude vivir y para migrar esa frustración intento vivirlas en la literatura.
-Se extravía tanto en la escritura como se extravía en la vida?
-Ahora me extravío más en la literatura de lo que me pierdo en la vida. Creo que en la vida soy más conservador, en cambio en la literatura me permito algunas aventuras, algunos desenfrenos o algunas desmesuras que ya no me permito en la vida.
-¿Qué es usted? ¿O qué considera que es?
-Soy un tonto ante todo, probadamente, genéticamente.
-¿Genéticamente?
-Se nace inteligente o se nace tonto. Nadie elige las neuronas que tiene.
-Jaime, es determinista. Nadie, ni usted, cree eso.
-Yo sí. Además creo que es una gran liberación asumirse tonto. Te diré más: creo que los escritores somos mucho más tontos de lo que pensamos. Los escritores somos niños, tremendamente vanidosos, narcisistas, caprichosos. Somos unas prima donna. Fijate cómo se pelean. No hay cosa más atroz que un congreso de escritores. Todos se odian, se detestan, se clavan puñales, se pelean, nunca perdonan una mala crítica, detestan el éxito ajeno. Siempre que otro triunfa, es triunfo les correspondía a ellos. Seguramente, eso no pasa en un congreso de dentistas o de ingenieros o de futbolistas.
-¿Le parece una característica de todos los escritores?
-Creo que la mayor parte somos muy egocéntricos. Estamos demasiado pendientes de una buena o mala crítica. La opinión del otro nos importa mucho. Mi experiencia es que un escritor raramente perdona una mala crítica. Es infrecuente que consiga separar su obra de su persona. Por ejemplo, si alguien le dice que su novela es una mierda, es imposible que ese escritor le diga: "Bueno, está bien, es tu punto de vista, vamos a tomar una copa". De inmediato, esa persona se convierte en un enemigo, peor si es otro escritor, no lo perdonamos nunca. Los escritores nos creemos muy inteligentes pero no actuamos con inteligencia.
-En la revista Veintitrés le dedicó una doble página a su estufa eléctrica portátil...
-Es una anécdota rigurosamente cierta. Soy muy friolento. Y luego de levantarme no hago nada. En realidad, leer y escribir son verbos casi sinónimos de vagar o divagar. Yo soy un vago, de hecho todos los escritores lo somos. Yo no conozco a ningún escritor que se dedique al trabajo. Somos todos grandes haraganes y nos hemos inventado este oficio para no salir de casa, para no tener que ir a una oficina y soportar a un jefe. Es una manera fantástica de no hacer nada, de tener una vida sedentaria, cómoda y, con suerte, se gana dinero.
-¿Se sienta y escribe o no siempre sale?
-¡Nunca me sale!
-¿Y se queda sentado igual?
-Cuando no me sale me paro y camino. Salgo al jardín, a la terraza, camino, hablo conmigo mismo hasta que encuentro algo. Pero escribir siempre es una agonía, más en estos tiempos en los que hay tantas formas de distracción: internet, el chat, el celular, el teléfono, las series de televisión. Siempre hay mil razones para no escribir porque nadie te obliga a hacerlo. No hay jefe. No hay nada.
-¿Se siente mal cuando pasa el tiempo y no escribe?
-Ah, sí, sí. No me lo perdono. Soy muy culposo. Y cuando no escribo siento que soy un vago imperdonable. En cambio, cuando escribo, siento que soy un vago feliz. Y esas horas que he dedicado a escribir, al margen de que lo que haya hecho tenga algún valor, ya completan el día. Cuando escribo me siento bien, con derecho a seguir tonteando.


(de la entrevista a jaime baily publicada en la revista playboy argentina, en el número 05 de mayo de 2006)