Monday, September 11, 2006

En guardia: de los cuernos y de la muerte...

"Pensó que Elena podría estar engañándolo; dos demoras continuas en una relación sin desequilibrios eran una advertencia. No le parecía descabellado que una muchacha menor de treinta años precisara más de un hombre para presumir, ante amigas o en la juiciosa soledad, un destino ecuánime, consolador. Además, si aplicaba a la relación un poco de la justicia racional con la que a menudo tejía mortificaciones, no encontraba los motivos del amor y la comprensión incondicional de Elena. Él, mucho mayor, no tenía argumentos para requerir un amor fiel. Sin duda de por medio existía una incongruencia que no llegaba a ser un equívoco. Nunca había sido generoso o amable; al contrario, había abusado de lo que para un hombre mayor significaba una mujer joven humillándola con ratos de silencio, caricias no correspondidas, miradas burlonas, o refiriéndole aventuras que jamás había vivido pero que ella aprobaba con ojos deslumbrados. Los favores económicos que le ofrecía desde el inicio de la relación formaban parte de ese ultraje disimulado que ahora tenía la impresión de que había ido edificando pieza a pieza hasta amordazarla a un amor sin atajos, sin testigos, un amor con una sola víctima.
Era evidente: ella podía tolerar a un amante de su clase, que privilegiaba por sobre todo las privaciones, sólo recurriendo a otros hombres, a la infidelidad, o peor aún, a la traición al amor. ¿Para qué lo soportaría sino para disfrutar mejor del engaño y la promiscuidad, recibir dinero prestado, hacer favores a amigos de amigos y alimentar, con una culpa mínima, el escuálido amor tendido entre ellos...? Debía someterla a un interrogatorio. Antes le diría que no le incomodaban los engaños, en toda relación los había y en el verdadero amor no cabían castigos para ese tipo de malentendidos; lo importante era, llegado el momento, tener el coraje de confesarlos y abarcar al otro en la expiación gradual del dolor. No, en realidad debía llegar a saberlo sin preguntar, obligarla a la confesión confundiéndola con gestos de amor, elaborar paso a paso una culpa momificante. Un regalo. Sí. Un regalo era la primera prueba para descifrar su infidelidad. En caso de sorprenderse, creerse indigna, todo estaría claro y él debería proseguir con muestras de generosidad hasta que la culpa le impidiera hablar, mirar, y no resistiera más el momento de la confesión, el estallido... Entonces, sí, él estaría a sus anchas, procedería sin esfuerzo, como si ejecutara una sentencia, y podría decidir con una palabra, con una mueca, el futuro del amor. Podría reducirla a la servidumbre o pergeñar una forma provechosa de abandono."


(Fragmento arbitrariamente escogido por superloyds del cuento "otra mujer", de oliverio coelho. El cuento forma parte de la antología "la joven guardia", editada por grupo editorial norma en el año 2005, con selección y prólogo de maximiliano tomas)