Friday, July 04, 2008

Dos grandes en Buenos Aires

Asistir a una obra protagonizada por dos monstruos del teatro como son Héctor Alterio y José Sacristán constituye un privilegio en sí mismo, más allá de que tal vez pueda objetarse que el texto del francés Samuel Benchetrit no se encuentre del todo a la altura de las circunstancias. Porque son ellos, los Actores (en mayúscula) quienes convierten a sus personajes, que lucirían un tanto apagados si nos limitásemos al enfoque del director Oscar Martínez (mucho más convincente en la recordada Ella en mi cabeza, de su autoría), en dos tipos emotivos, cómicos, entrañables.
La historia comienza en un cuarto de hospital compartido por dos ancianos terminales que reciben una terrible noticia: les quedan unas pocas semanas de vida. Es entonces que deciden escapar para cumplir con algunos de sus últimos sueños pendientes, pero en el camino se cruzarán con distintos personajes que los irán haciendo reflexionar. Es interesante la observación de que, pese a que los personajes intentan lucir despreocupados debido a su peculiar situación (aquello de, si me voy a morir, qué me importa), sin embargo no logran desprenderse de sus valores y acaban siendo víctimas de su propia bondad. Mientras se debaten entre priorizarse o seguir ayudando a los demás, los viejitos van impartiendo lecciones de vida e incluso logran ironizar sobre sí mismos y sus trágicos destinos: para evitar pensar en mi muerte pienso en la tuya, le dice uno al otro.
La obra está empapada de un humor negro muy logrado (aquí hay que darle la derecha al autor) que es realzado con maestría por ambos actores, que –se nota- se divierten, disfrutan estando juntos sobre el escenario: Sacristán destila gracia y carisma en cada intervención, Alterio aparece punzante y efectista en lo cómico e impecable (como siempre) en la parte dramática. Y ambos paladean cada palabra e intensifican cada silencio con destreza absoluta, estimulando la sensibilidad del espectador.
Es muy lograda la intervención de Claudio Da Passano en sus distintos personajes (sobre todo en el suicida) y correctas, aunque con algún altibajo, las interpretaciones de Diana Lamas. La escenografía móvil y minimalista de Alberto Negrín resulta funcional, agradable, y junto a la precisa iluminación de Jorge Pastorino, le otorgan a la puesta un marco muy apacible.
Y el final es una joyita: un teatro dentro del teatro (aquí sí sobresale el ojo del director), una música exquisita, un cierre simple y conmovedor, la inevitable e interminable ovación del público para dos grandes.

(publicado en http://www.ocioenbsas.com.ar/)