Tuesday, April 10, 2007

salam marruecos


Conseguimos un vuelo por easyjet que era para cagarse de risa. 45 euros (unos 180 points) madrid - casablanca ida y vuelta. Llegamos con nuestras mochilas después del mediodía y tomamos un tren desde el aeropuerto al centro de la ciudad. Pero el tren nunca llegó, aparentemente había que hacer una combinación que desconocíamos. Finalmente decidimos bajarnos y ya no nos daba el tiempo para hacer una pasadita por casablanca, que nos habían dicho no valía mucho la pena. El francés de la petisa nos salvó, enseguida se dio a entender con un guardia de la estación (casi todos los marroquíes hablan francés además de árabe) que nos indicó los horarios y destinos de los trenes que tocaban salir. Entonces agarramos uno que iba hasta fés, la primera parada de nuestro viaje. Éste último tren parecía el expreso de oriente, un pasillo largo y finito en cada vagón y muchas puertas corredizas para acceder a los distintos compartimentos donde la gente viajaba sentada cara a cara. Los asientos daban para cuatro personas más o menos y había pocos lugares. Conseguimos dos sitios al lado de una señora vestida con chalaba y turbante musulmanes, que llevaba una beba en brazos que era un espectáculo. La petisa se pasó la mitad del viaje jugando con ella. Cuando se hacía de noche nos dimos cuenta de que nuestro compartimento no tenía luz, así que nos cambiamos a otro un poco más iluminado, donde comencé la novela de javier marías que le soplé a broder alex de su biblioteca y que actualmente me tiene muy atrapado. El tren tardó unas cuatro horas, llegamos a fés bien entrada la noche y nos dirigimos al hotel royal, un lugar bien barato que nos habían pasado unos yanquis que tenían una guía con los alojamientos económicos de todas las ciudades. Por menos de 15 euros nos dieron un cuarto bastante respetable, con baño incluido y agua caliente entre las 7 y las 9 de la mañana. Nos instalamos y salimos a comer algo a una cuadra del lugar. Y la petisa volvió a ser mi intérprete, porque el mozo me miraba con cara de no entender nada de mi francés totalmente inventado. En esos momentos recordé a la vieja teñida que me daba clases en el secundario, a quien nunca jamás le presté la más mínima atención. Tal vez sus erres tan forzadamente pronunciadas entre gestos sexys y ampulosos (la gorda era un bofe total pero se vestía como si fuera catherine deneuve) me hubiesen servido de algo ahora, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. En fin, entre gestos y buena voluntad (el mozo llegó a aletear con los brazos para explicarme que el plato que yo señalaba tenía pollo, para morirse de la risa) llegué a hacerme entender bastante bien, y cuando ya entraba a desesperarme pedía auxilio a la petisa. Así empezó nuestro increíble viaje a marruecos. Fuimos a descansar temprano de los tramos de avión y tren con mochila al hombro porque al otro día saldríamos a descubrir esa increíble ciudad sumergida prácticamente en la edad media, que es fés.