Thursday, April 19, 2007

El desierto antes de morir



Nadie debería morirse antes de pasar al menos un día en el desierto. Es una sensación inexplicable, sentirte un granito de arena tan insignificante entre todas esas dunas altísimas, puede llevar tu mente a rincones insospechados y despojarla de tantas cosas intrascendentes que a veces la ocupan y torturan sin sentido. Temprano a la mañana desayunamos sobre un deck de madera con vista a la entrada del sahara. Después ahmed nos prestó una tabla de snowboard y nos internamos a pie hasta unas dunas bien altas, no muy lejos, y bajamos surfeando como una hora (el problema era volver a subir trepando por la arena con la tabla en la mano). Espectacular el sandboard, un deporte que nunca había practicado. Al mediodía rashid nos llevó en el taxi hasta el interminable mercado de rissani, una ciudad próxima, donde venden desde burros, ovejas, cabras, gallinas (todas vivas por supuesto) hasta ropa, especias, frutas y verduras, artículos de limpieza y muebles antiguos. Podés encontrar lo que quieras y es muy pintoresco. Por la tarde, finalmente, nos subimos a los camellos y emprendimos nuestra recorrida por el sahara. In cre í ble. El andar del camello es muy cansino, es un placer, casi como que te acunen. Desde lo alto uno puede ver cómo el animal va eligiendo el lugar para dar cada paso, a veces sobre el filo mismo de una duna tan grande que trae un poco de vértigo. El océano de arena cambia de color a medida que va bajando el sol, desde marrón claro hasta un dorado furioso. Para llenarse los ojos, como diría madder, con esa vista imponente. Unas cuantas horas después llegamos hasta una especie de valle entre las dunas, donde pasaríamos la noche en tiendas de campaña. Del calor de la tarde soleada al viento frío cuando cae la noche hay una brecha bastante importante, es que las temperaturas son extremas en el desierto. Dos guías bereberes preparan un tajine alumbrados por una luz de noche en una pequeña carpa, pelan papas y batatas, cortan zanahorias y esparcen comino y otras especias sobre una enorme olla colocada sobre una garrafa. La luna está casi llena y el cielo súper estrellado. Con la petisa caminamos un poco alejándonos del campamento, fumamos y reímos. Al regresar la cena está servida, comemos dentro de una tienda sobre una mesa redonda y bajita, sentados en el suelo y acompañados de una pareja de franceses muy simpáticos que han venido también a la expedición. Después tomamos más té de menta y salimos muy abrigados a acostarnos sobre las dunas, mirando las estrellas mientras hacemos la digestión. No se escucha más que el viento y un poco de arena que vuela. Cualquiera diría que estamos en el medio del desierto.