Tuesday, December 27, 2005

El que espera es pera

"Tuve que ir al banco a cambiar unos dólares que papá había guardado en una media. La cola llegaba hasta la puerta, no avanzaba, y yo estaba atascada en mis propias suposiciones. Creía que Alejandro no quería verme más, que se había aburrido de mí. Imaginaba que me decía cosas que nunca me había dicho: que era demasiado cheta, que vivía en una burbuja, que me resbalaba todo, que me gustaba demasiado el shopping. Y entonces le contestaba, me peleaba con su fantasma, diciéndole que yo lo mantenía a papá y trabajaba todos los días y tenía derecho a comprarme lo que quisiera cuando tenía algo de plata y que, al fin y al cabo, a él le había encantado que yo le regalara ese perfume Armani... O quizá por el cansancio de estar ahí parada, me daba por vencida, porque era mejor así, porque siempre había sabido que algún día se iba a terminar porque no podía durar siendo los dos tan distintos, y cuánto tiempo -hasta empezar a odiarlo o a odiarme- me iba a aguantar ese pellizquito de realidad, ese vértigo, en cada 'she' cuando decía 'posho' o 'pashaso', sólo ese sonido saliendo de su boca que marcaba la distancia que nos separaba, que me dolía, porque era cierto, era un error, pero qué lindo error, qué lindo tipo, el hombre más lindo que había conocido, tan reservado, misterioso, y de golpe estaba segura de que me quería quedar con él, que nada nos iba a separar, que podía funcionar, ¿por qué no?, después de todo...
Pasé varias veces del amor a la bronca, y la fila seguía inmóvil. Para no pensar más, me puse a leer el libro que llevaba en el bolso. La gente se puso más impaciente. Cuando saqué el libro y me sumergí en la historia, los que estaban detrás empezaron a resoplar y a quejarse por la demora. La placidez autista de la lectura provocaba irritación. El hecho de que alguien leyera en la fila parecía demorar aún más las cosas. Quizá cuanto más rápido se le pasaba a uno la espera, más lento se le pasaba a los demás. Al rato, se me acercó el guarda y me dijo:
-No se puede leer en la fila, señorita.
-¿Por qué? -le pregunté, y un tipo que estaba más atrás, con la aprobación de todos, dijo:
-No se puede leer, querida, si estás esperando estás esperando."


(Pedro Mairal, "El año del desierto", Interzona Editora, año 2005)