Thursday, April 27, 2006

Le volvió el argento

El sábado a la madrugada llegó mi broder chanch procedente de su isla en el caribe. Lo pasé a buscar cerca del mediodía y me lo llevé a del viso donde jugábamos al fútbol con la galera. Apareció todo producido a la última moda, con unas gafas tremendas y tan verborrágico como siempre. Lo único que quería era comer un asado. Le conté que en las canchitas había una parrilla, que podía entrarle a unos choris o a un lomito mientras nosotros jugábamos. Pero no era eso lo que tenía en mente. Antes de empezar, me pidió las llaves del auto y partió en busca de un asado con todas las letras. Volvió unos minutos antes del final del partido, justo para ver nuestro gol del triunfo sobre la hora. Me describió su panzada con lujo de detalles, como siempre: se instaló en una parrilla al costado de la panamericana y se clavó porción de mollejas, riñoncitos, chinchulines, vacío, todo con papas fritas y regado con un tubo de vino. Como debe ser, no esperaba otro debut de su parte con las carnes argentinas. Después de unas cervezas con duby emprendimos la vuelta. Al llegar al peaje se había acumulado una larga fila de autos. La gente comenzó a impacientarse y a tocar bocina para que descompriman y los dejen pasar sin pagar. Mi broder, que tiempo atrás supo ser un manojo de nervios, hizo gala de su placentero pasar en su isla del caribe e, inconmovible, me dijo: "pobre gente, viven aplastados y tocando bocina". Yo le comenté que en realidad tenían razón, porque hay un tiempo determinado de espera en la cola de un peaje y, para joder nomás, empecé a tocar bocina. Entonces, el tipo tuvo una regresión. Primero se colgó de la bocina como un loco, cuando le pareció que no era suficiente bajó su ventanilla y empezó a gritar desaforado, vamo loco vamo, hay que pasar. Finalmente decidió abrir el techo corredizo y asomándose como si estuviera en un tanque de guerra, con sus brazos extendidos, empezó: "rompan las barreras, rompan las barreras", arengando a los otros conductores que, necesitados de un líder y seducidos por su innegable carisma, descargaban su ira pulsando sus bocinas con todas sus fuerzas. Autopistas del sol claudicó ante semejante horda incontrolable y las barreras se irguieron, altísimas, ante nuestro paso. Presos de un ataque de risa, nos dimos cuenta que por más lejos que se vaya, todo sigue igual y siempre va a ser así. Yo le dije: "broder, por más que la caretiés con tu filosofía isleña de paz y amor en el mar caribe, seguís tan loco como siempre". Y la chanch contestó: "y qué queres vieja, me volvió el argento". Un grande.