Wednesday, April 23, 2008

Conan el doyle y los lanas argentos

Todo aquel que esté familiarizado con la historia de la República Argentina conoce muy bien el apellido Lana. Mi padre, cuya genealogía enlazaba con la más noble sangre de la vieja España, ocupó los cargos más elevados del Estado, y habría sido elegido presidente si no hubiera sucumbido en las revueltas de San Juan. Mi hermano gemelo, Ernesto, y yo, habríamos tenido por delante un magnífico porvenir, de no mediar pérdidas financieras que nos obligaron a ganarnos la subsistencia. Pido disculpa, señor, si se juzgan sin importancia estos detalles, pero son precisos como introducción de lo que voy a decir a continuación. He dicho ya que tenía un hermano gemelo llamado Ernesto, de tan grande parecido conmigo que cuando nos veían juntos nuestros conocidos no conseguían diferenciarnos. Éramos idénticos hasta en los menores detalles. El parecido fue haciéndose menos marcado a medida que entramos en años, porque ya entonces la expresión de nuestras facciones no era la misma, pero las diferencias seguían siendo muy ligeras cuando dormíamos. No parece bien que yo entre a hablar demasiado de un hombre ya difunto, tanto más cuanto se trata de mi único hermano; pero quienes lo conocieron pueden dar informes acerca de su carácter. Yo me limitaré a decir, porque no tengo más remedio que decirlo, que durante mi primera juventud llegué a concebir horror hacia mi hermano, y que ese aborrecimiento que le tomé era muy bien fundado. Mi buen nombre sufrió las consecuencias de la conducta de mi hermano, porque nuestro gran parecido hizo que se me atribuyesen muchos de sus actos. Ocurrió de pronto que, en un asunto sumamente deshonroso, trató mi hermano de arrojar sobre mí todo el odio que se despertó con dicho motivo, y yo entonces no tuve más remedio que abandonar para siempre la Argentina y tratar de abrirme camino en Europa. El verme libre de su odiosa presencia me compensó con creces de mi destierro voluntario de la patria. Disponía de dinero suficiente para costearme los estudios de medicina en Glasgow, y por último abrí mi consultorio en Bishop´s Crossing, firmemente convencido de que jamás volvería a oír hablar de mi hermano en este lejano villorrio de Lancashire. Mis esperanzas se cumplieron durante largos años, pero al fin mi hermano averiguó dónde estaba yo. Algún viajero de Liverpool, en viaje por la Argentina, lo puso sobre mi pista.