Van y vienen. De Madrid, México, Montevideo, da igual.
Se nos fueron. A vos, a mí, a quien sea. No están más.
O esperan, a que alguien se les suba. Pero nadie sube,
al menos no cuando nosotros queremos. Mientras tanto
pasa la vida y no puedo evitar pensar que estamos perdiendo
el tiempo, dejando que se vaya, eso, ese tren, un algo
que hace caer los disfraces, que hace que seamos nosotros,
los dos, ambos, diluidos en nuestras propias certezas.