Presentado por Mozarteum Argentino, volvió a actuar en Buenos Aires el genial compositor polaco Krzysztof Penderecki, a cargo de la dirección de la Vilnius Festival Orchestra, integrada por los más destacados jóvenes instrumentistas de cuerdas de esa ciudad lituana y encabezados por Yuri Bashmet, su director artístico y, sin lugar a dudas, el más importante violista de la actualidad. La primera de las dos citas (o galas, si tenemos en cuenta que el público asistió de punta en blanco) tuvo lugar el lunes 9 de junio en el Teatro Coliseo.
Previo anuncio de que el programa de la función sufriría un enroque en su primera parte (Penderecki no abriría la noche con su propia obra), hicieron su aparición los 6 primeros violines, los 5 segundos, las 4 violas, los 3 violoncelos y el contrabajo. Finalmente, irrumpió en escena la gran estampa de su director, que con firme batuta dio inicio a la interpretación de la densa y apasionada Sinfonía de cámara Op. 110 bis del compositor ruso Dmitri Schostakovich (1906-1975). Largo-Allegro-Allegretto-Largo-Largo, todo encadenado sin solución de continuidad, es la estructura de esta amarga y violenta partitura que tenía para el autor un valor autobiográfico vinculado a la segunda guerra mundial. La orquesta, impecable, logró transmitir a la audiencia la fuerza arrolladora de la árida y potente sinfonía, abordando cada brusco cambio de dinámica o ritmo sincopado con absoluta maestría. Se asemeja por momentos la pieza a la banda sonora de una película de terror y, vaya coincidencia, al parecer fue concebida por Schostakovich mientras visitaba la ex Alemania Oriental para musicalizar una película sobre el terror de la guerra.
Llegado el turno de su Sinfonietta per archi, Penderecki optó por bajarse del estrado y sentarse detrás de sus dirigidos a escuchar. La versión para orquesta de lo que originariamente fue concebido para un trío de cuerdas, de un estilo bastante más accesible (pertenece a su etapa de estilo más melódico) que la anterior en cuanto a tonos o armonías, resultó largamente ovacionada por los espectadores antes de retirarse al intervalo.
En la segunda parte, el más famoso representante de la “escuela polaca” hizo lucir a sus dirigidos con una conmovedora interpretación de la Serenata para cuerdas en Mi mayor, Op. 22, del gran compositor checo Antonin Dvorák (1841-1904). Esta maravilla de pieza, de honda evocación poética, melódica y luminosa, cuyo quinto movimiento rompe la estructura de los cuatro anteriores y la hace alcanzar allí su clímax, ofició como perfecto cierre para una noche mágica, cuyo privilegiado público supo reconocer aplaudiendo largo rato y de pie, al maestro Penderecki y a su orquesta de prodigiosos músicos lituanos.
(publicado en http://www.ocioenbsas.com.ar/)