Rubio beodo deambulando copa en mano: por poco se sienta sobre dos de sus nietas que dormían plácidamente en distintos sillones de la casa. Gracias a dios, primogénita lo seguía con la mirada y lo puso sobre aviso con sendos alaridos. Un papelón.
Nerea, poco antes de los regalos, brindándome este diálogo:
-¿Qué le pediste a papá noel?
-Un teléfono con micrófono.
-¿Vos creés que te lo va a traer, te portaste bien durante el año?
-Yyyy, por ahí...
Pequeño oko, abstemio hace dos meses, bebiendo una copita de shampú. Luego olvidaría ingerir medicación y arriba otra vez la puta creatinina.
Dalmita, a sus ocho años, escudriñando detenidamente a un muy digno papá noel, mientras nosotros intentábamos prolongar el engaño (todavía no nos quedó claro quién engañó a quién).
Cuñado aplicado, lejos de la sastrería, familiero, tranquilo, simpático. Así es un placer.
La madder preocupada por su viaje de vuelta.
Las innumerables mollejas vuelta y vuelta.
El amigo invisible media hora antes, generoso, previsible.
Pequeño oko, dalmita y loyds mandando al cielo un globo aerostático en un viaje eterno y luminoso. Nuestras cabezas inclinadas persiguiendo la magia hasta volverse imperceptible.
Una familia ajena, discursiva, acaudalada, acartonada. Pero muy cariñosa.
Loyds de retirada, cazando una bolsa igual igual a la de sus regalos. Unas horas después, con gran desilusión, caería en la cuenta de que contenía un plato (sí, un plato), un vestidito de señora y una novela muy vendida de saramago. Sin dudas, los regalos de alguna vieja.
La petisa regalándome exactamente el mismo libro que yo le regalaba a ella: los lemmings de caslas. Algo nunca visto.