Wednesday, August 09, 2006

Molinos


Llegamos a este pueblo cuando estaba anocheciendo. Calles de tierra anchas y llanas, muy poca gente en las esquinas, iluminación tenue, mucha paz. Por referencias de un amigo nos acercamos al criadero de vicuñas en busca de un cuarto barato en la casa de los artesanos, pero ambos estaban cerrados. Entonces fuimos al convento de las hermanas agustinas y estaba completo. El hostal de molinos nos quería cobrar $ 150 pesos la noche, un despropósito, aunque el lugar era de ensueño. Finalmente nuestro ángel de la guarda nos hizo encontrar a una señora en la puerta de una casa con un cartel de alquiler. Nos dejó la casa entera, con tres cuartos, living comedor, baño y cocina por la módica suma de $ 35. Nos instalamos y salimos a comer, pero todo estaba cerrado, parecía un pueblo fantasma. En una esquina nos indicaron que fuéramos a la sandwichería, que resultó ser un galpón con una manta en la puerta que se corría al pasar. Cuatro mesas, un televisor con racing - chicago y un viejito con bastón que se reveló como un mozo de los mejores: el tipo iba y venía con su paso cansino, casi ni hablaba y estaba en todos los detalles. Lomito y ensalada para la petisa. Exquisita milanesa a caballo para loyds. Como corolario nos dieron de probar una riquísima mistela. Después de un paso por internet y de recuperar mi flamante gorrito extraviado por un rato, fue dificultoso conciliar el sueño en una casa tan grande y con tantos ruidos extraños. Pero al otro día, superada la penumbra, molinos bajo el sol se convirtió en un lugar imponente. Desayunamos en nuestra cocina, visitamos la iglesia y el oneroso hostal (que por dentro es un espectáculo), subimos al corsa y partimos en busca del circuito del vino.