"El fin de semana siguiente a que dos empleados de la inmobiliaria pusieran un cartel en el balcón, una pareja de futuros esposos, acompañada del padre de la chica, visitó el departamento. El novio, un veinteañero con rasgos de adolescente, no tuteaba a su suegro y coincidía en todas sus opiniones. Gustavo pensó que, si le hubiera pedido un consejo, él le habría dicho que lo peor que podía hacer en la vida era casarse tan joven.
El silencio que, como todos los sábados a la mañana, ocupaba el departamento, era lo que más sorprendía a Gustavo en su primera etapa de soltería. Le parecía increíble que las horas pudieran transcurrir sin murmullos permanentes, sin gritos, llantos, discusiones, ruidos de aspiradoras ni voces de dibujos animados, y dedicaba su tiempo libre a actividades que, desde años atrás, ni él ni la coyuntura le permitían.
Por las mañanas se demoraba en el baño el tiempo que quisiera; al volver del trabajo dejaba la camisa y los pantalones tirados en el suelo, y podía darse el lujo de leer un diario sin interrupciones. No necesitaba salir al balcón para fumar, ni permiso para comer a deshoras. La mayoría de las noches salía a dar una vuelta, y después escuchaba la radio hasta quedarse dormido.
Una madrugada de domingo, mientras caminaba desvelado por el barrio, tuvo una sensación extraña. Durante unos segundos no supo de dónde venía ni adónde iba, se preguntó qué hacía parado en ese lugar, y, para no perder el equilibrio, tuvo que apoyarse en un poste.
Por primera vez en semanas se sintió desorientado. Imaginó a Alejandra y a Delmira durmiendo en ambientes oscuros. Consiguió monedas en un puesto de diarios y cruzó la avenida hacia un teléfono público.
Aunque estaba casi dormida, Alejandra podía imaginar los carteles publicitarios y el reflejo de las luces de neón sobre el asfalto. Oyó los ruidos de la calle, las bocinas y los motores de los autos, y, más por intuición que por el sonido, reconoció la acompasada respiración de Gustavo.
Repitió hola varias veces antes de volver a la cama, actuando un tono de preocupación cada vez más grave, y se quedó despierta hasta el amanecer, tocando los bordes de su bombacha y, como haciendo fuerza para que volviera a sonar, mirando fijo el teléfono."
(Fragmento del cuento "Los estantes vacíos" arbitrariamente escogido por superloyds. El cuento forma parte del libro del mismo nombre, de Ignacio Molina, editado por Entropía en el año 2006)