Friday, August 15, 2008

The Pillowman

Ver la versión de The Pillowman (El Hombre Almohada) de Martín McDonagh, que se da por estos días en el Teatro Lola Membrives, resulta una experiencia a todas luces enriquecedora. Es que no es fácil abordar una historia tan densa, con una temática tan delicada (y tan vigente por estos días) como lo es el maltrato y abuso de niños. Pero la puesta de Enrique Federman no sólo logra salir airosa de la prueba sino también emocionar y hacer reír al espectador.
Katurian Katurian es un escritor de relatos que resulta detenido en un estado totalitario no identificado. Dos rústicos policías lo someten a un interrogatorio lindante con la tortura, a raíz de que una serie de niños han sido asesinados en forma tan terrible y sangrienta como ocurre en las historias que él escribe. Michal, el hermano espástico de Katurian, es el fanático número uno de sus cuentos y también es llevado ante la presencia policial. A partir de allí, la pieza irá indagando en cada uno de los personajes, sus secretos, sus traumas y sus miserias y frustraciones, oscilando constantemente entre el humor, el drama y el horror.
Es un verdadero lujo el texto de McDonagh, plagado de un humor negro que por momentos roza la genialidad, a través de los hilarantes diálogos entre los cuatro protagonistas. La escenografía de Alberto Negrín resulta muy acertada, por momentos sobria, por otros planteada convincentemente en dos planos. La iluminación y el sonido son claves en la creación de un clima que, con diversos cortes y estruendos que toman por sorpresa a la audiencia, se asemeja al de una película de terror (el final, en ese sentido, es impecable).
El desempeño de Pablo Echarri en el difícil papel de Katurian sorprende por su solvencia, más teniendo en cuenta que sus anteriores incursiones en teatro nunca habían resultado tan felices. Pero se nota que Echarri está absolutamente compenetrado con su personaje, no sólo por su correctísima dicción en los interminables textos que le competen (no es tarea fácil monologar largamente y en forma intimista de cara al público), sino también por lo acertado de su caracterización, incluso desde lo físico (su atinado corte de pelo, sus movimientos, hasta sus caídas resultan creíbles). Y lo demuestra, también, al final de la pieza, al momento de recibir una merecida ovación casi desde un segundo plano.
Ambos policías se complementan muy bien en sus roles del bueno y accesible (Tupolski) y el más básico y rudo (Ariel). De menor a mayor el primero, a cargo de un Carlos Santamaría con un manejo perfecto de la crudeza y el sarcasmo con que están dotados sus textos. De mayor a menor el rudimentario Ariel de un Vando Villamil por momentos brillante, aunque pierda algo de credibilidad al momento de crecer la sensibilidad de su personaje.
Por último, hay que decir chapeau a la interpretación de Carlos Belloso, sin duda uno de los mejores actores que pueden verse en la actualidad. Es cierto que su personaje es bellísimo, pero no lo es menos que hay que estar a la altura. Y Belloso lo tiene puesto como un traje: su Michal cubierto de todo tipo de gestos y tics, portador de una impecable expresión corporal y una modulación que va regulando a cada momento, resulta inmejorable.
Es The Pillowman una gran obra y su versión argentina muy placentera de ver, por la rutilante puesta en escena (aunque la mini película proyectada en pantalla al comienzo del segundo acto deje algunas dudas), por la enorme calidad general de sus intérpretes y, a no dudarlo, por un Belloso sencillamente imperdible.

(publicado en www.ocioenbsas.com.ar)