Ayer me desperté a las 9.57, tres minutos antes de que corten el desayuno. Raudamente y con los ojos semiabiertos me encargué de no perderlo. Luego volví un rato a la cama y tuve una horrenda pesadilla. Me levanté aliviado de que no fuera cierta y decidí que era hora de recorrer un poco más esta hermosa ciudad. Gran jefe, obvio es decirlo, prefirió permanecer en el lobby rodeado de sus preciados papeles de trabajo.
Taxi al otro malecón, el del salado. La cosa es así: Guayaquil está rodeada de agua, como muchas otras ciudades. De un lado, el río Guayas y sobre éste, el malecón 2000 (que así le llaman). Del otro, un brazo del mar que llega hasta aquí, denominado Estero Salado, que también tiene su malecón. Ambos deben haber sido construidos por el mismo arquitecto, puesto que sus similitudes son muy evidentes.
Caminando felizmente llegué al paseo de los escritores, una suerte de homenaje al llamado Grupo de Guayaquil, un conjunto de cinco escritores locales que realizaron una obra, entre 1930 y 1934, que conserva un sello común. Me puse a leer y me traje algunos breves pasajes:
José de la Cuadra (1903 - 1941): "La casa era enorme, anchurosa, con cuartos inmensos, con galerías extensísimas. Las fachadas estaban acribilladas de ventanas, entraban al interior el aire y el sol con una desmesurada abundancia"
Joaquín Gallegos Lara (1909 - 1947): "Una vez varada la canoa se metió entre los mangles. Sus pies desnudos parecían alados. Ni un rumor arrancaban de las hojas muertas"
Enrique Gil Gilbert (1912 - 1973): "La noche murmuraba un secreto a las cosas. Estaba llena de vacío negro. El ruido del silencio absoluto vibraba. -Es el tren que va a venir, explicaban der entre ellos algunos, que habían estado por arriba y lo conocían. Era un carro enorme que corría más duro que un parejero y parecía animal"
Demetrio Aguilera Malta (1909 - 1981): "Guayaquil... Le habían hablao de la gran ciudad. Diz que era enorme. Enormísima. Diz que tenía casas de todos los colores. Llenas de gente. Dizque aunque lloviera -los crestianos usaban unas cosas raras para taparse- nadie se mojaba. Dizque llegaban a ella -quien sabe de donde- barcos negros. Que echaban humo..."
Alfredo Pareja Diezcanseco (1908 - 1993): "Bien pensado, Redama, todo el mundo desearía ser otra. Sólo los vanidosos o los estúpidos quieren permanecer en lo que son" "Porque empiezo a ver claro que puedo llegar a abandonar todo deseo de ser comprendido tan sólo con empeñarme en comprender a los otros"
Más que satisfecho, seguí mi recorrida. Parejas de enamorados se besaban en las escalinatas que acaban sobre el agua salada. Descubrí un club de canotaje donde varios jóvenes locales se aprestaban a remar. Me crucé en los jardines (la fauna aquí es increíblemente tropical) con las iguanas más grandes que he visto en mi vida y llegué a una exposición de aves de la región, en su mayoría loros y papagayos. Había que pasar por una especie de túnel rodeado de jaulas donde los coloridos pájaros gritaban sin cesar. No me quedó claro quién estaba dentro de la jaula, si ellos o yo. El papagayo de Guayaquil (especie en peligro) es impresionante. Me entraron ganas de abrir todas las jaulas y dejarlos salir, aunque sea por un rato, pobres bichos.
De vuelta al hotel, Gran jefe me hablaba de trabajo, yo me pedí un arroz con camarones e hice que prestaba atención mientras reconstruía mentalmente el paseo que acababa de hacer. Encontré un mensaje de madder con excelentes noticias: pequeño oko de alta ya llegó a su casa. El congreso estuvo bien, aunque ya en el tercer día comenzó a hacérseme un poco tedioso.
Después de eso, hicimos recorrida por bares con compañeros ecuatorianos. Tomé vodka con red bull. Bastante. Ahora me duele la cabeza. Encontré un locutorio baratito. Voy a llamar por teléfono a Buenos Aires.