El niño sexto sentido tiene una mochila 4x4. Negra, enorme, llena de cuadernos sexto sentido, con una manija - volante y ruedas todo terreno. Y la hace colear como si fuera un cuatriciclo en la arena de Pinamar. Tanto joder con la bendita mochila, un día las ruedas fueron a dar contra el dedo gordo del pie derecho de Otto. La uña se puso negra y después adquirió un tono violáceo un tanto psicodélico. En años de fútbol Otto nunca había tenido el dedo así. Ahora, gracias a sexto sentido, requiere de atención diaria y duele. ¡Uy chabón, como tenés esa uña! Es obvio que se te va a caer y ¿Te pintaste la uña tío Otto? son algunos de los comentarios que inspiró la visión de la morada pezuña.
El niño no acusó recibo, siguió dale que te dale con las coleaditas, hasta que un día, justicia divina que le dicen, la sobrecargada mochila hizo estallar el cierre y cuadernos, hojas, cartuchera y otros in-útiles formaron un espectacular collage en el medio de la calle, justo en la puerta del colegio. Mientras sexto sentido recogía desesperado, a cuatro manos, todas sus porquerías, Otto disfrutaba en silencio, con una media sonrisa en el rostro, esa escena que era como un regalo del cielo. Algunos samaritanos se acercaron a ayudar y una mamita comentó solidaria: pobre nene, lo que le pasó. Otto pensó que se lo merecía, pero igual terminó apiadándose y colaboró juntando un par de hojas sueltas. El niño, haciendo equilibrio con su mochila en brazos, logró llegar al Ottomóvil. La puso en el asiento de atrás y pasó el viaje entero ordenando todo. Ya en la puerta de su casa, haciendo malabares con el contenido de la 4x4, que se le caía por todas partes, se despidió más sumiso que nunca, mientras subía trastabillando la escalera de entrada al edificio. A Otto le dio un poco de pena, aunque a decir verdad, cuando se iba, al apretar el acelerador con la uña morada del pie derecho y dolerle un poco, no pudo evitar volver a sonreír satisfecho.