Me costó un huevo llevarlo hasta la casa. Por suerte adentro no hacía tanto frío. Jota no estaba. Lo puse al lado del eskabe y lo tapé con una frazada que había en un ropero. Cada tanto era como que quería decir algo pero no se le entendía: mñññcchh, yovía del bombi, sares gsilisterrrr... ¿Habría tomado alguna droga el pelotudo? Le di unas palmadas en la jeta y no reaccionó. Juancho, Juancho, soy yo loco ¿me escuchás? Ni acusaba recibo. Pensé en prepararle algo caliente, pero este Jota era un colgado, en la cocina no había café ni té ni mate ni una mierda. Agarré un billete de cinco pesos que había sobre la mesada y salí a comprar algo.
Alcanzó para un paquete de yerba y un poco de café. Al volver me encontré con Jota en la puerta enjuagando la tabla con una manguera. ¿Qué le pasa al Juancho, fiera, no se irá a morir en mi casa, no?, me preguntó haciéndose el gracioso pero con cara de preocupado. Ni contesté. El tipo ya no me caía muy bien, porque yo estaba seguro que me había visto en la playa y se había hecho el pelotudo. Puse agua a calentar. Juancho ya no deliraba, dormía como un bebé. Cebé unos mates pero el pibe no quería saber nada. Jota no tomaba. Al lado de Juancho, cerca del eskabe, me acabé la pava y me quedé dormido. Cuando me desperté el loco no estaba más. En la casa no había nadie.
Al frente estaban los dos conversando. Juancho no se acordaba de nada después de la piña, hasta que se levantó acostado al lado mío. Sentía como que había entrado a otra dimensión, pero no podía explicarlo bien, le dolía mucho la cabeza. Quería volver a Buenos Aires, aunque la verdad es que no estaba para viajar en ese estado. Si quieren se pueden quedar una noche más, mañana ya no tengo lugar porque vienen unos amigos para el recital, nos dijo el Jota. Era lo más conveniente, y acepté por los dos. Juancho estaba muy raro, al rato se volvió para adentro y se tiró a dormir de nuevo.
Este boludo no sabe drogarse, dijo Jota. No le puede pegar tan mal un poco de porro, me hice el entendido. Ma que porro ni porro, ayer antes de que salieran tomamos unos bichos. Por lo visto se dio vuelta y encima lo fajaron, pobre. A mí también me fajaron, para el caso. Sí, pero vos estabas cuerdo, el Juancho estaba reloco, dijo Jota cagándose de risa.
Se me ocurrió que tal vez esa mierda que habían tomado tendría algo que ver con lo que decía Juancho de que había visto el bondi. Che, Jota ¿quedó algo de eso? Queda poco, fiera, me dijo, pero los pibes que vienen mañana seguro que traen más, y un poco de porquería no se le niega a nadie, ¿querés? Sí, contesté. Me pasó una capsulita roja igual a un antigripal. La miré un rato y la guardé en un bolsillo. Tenía que ver lo que había visto Juancho, pero tenía miedo de que me pegara tan mal como a él. Aunque seguro que lo que le había hecho efecto era la mezcla de éxtasis y paliza, así que al rato cargué un vaso de agua, me puse el bichito en la garganta y adentro, pasó limpito. Según Jota tardaría poco menos de una hora en hacer efecto.
Tenía que estar al aire libre, así que salí a dar una vuelta. El Jota me acompañó unas cuadras, iba a conseguir entradas para los Redondos. ¿Quieren venir? Yo las zafo gratis... Ni recuerdo qué contesté. Caminé por todos lados, buscando no sé qué cosa.