del bondi a Finisterre
rajando del amor
detrás de un beso nuevo”
(Solari - Beilinson)
¡Guarda loco!, gritó Tony de repente. El turco apenas si pudo pegar el volantazo y todos, empezando por mí, pudimos ver como las dos fuertes luces recorrían el interior del auto acercándose cada vez más, hasta perderse por detrás nuestro. Ahí escuchamos un golpe que nos dejó mudos.
El bondi terminó contra la pared de la rambla, con la trompa aplastada. Salía humo de los restos del motor. Nosotros frenamos como veinte metros más adelante, paralizados. Había sido un milagro, pasamos como enjabonados adentro del Renault 11.
Cuando logramos salir del shock todavía no podíamos creer cómo la habíamos zafado. Tuta y Juancho iban al lado mío, en la parte de atrás, medio fumados. Tony no podía ni hablar. Yo miraba la posición del colectivo, y hacía cálculos en voz alta de cómo hubiéramos quedado si nos la ponía ese brutal armatoste. Al turco le pintó heavy, empezó a putear y reputear al fercho del bondi, mientras trataba de bajar del auto. Con el cinturón puesto y el cierre centralizado se le complicaba la cosa, y eso lo ponía todavía más nervioso. Traté de calmarlo: turco, dejate de joder, mirá que la sacamos en oferta loco, si nos agarra al medio nos parte como un queso. Pero el otro estaba sacado, y como es medio kolynos el chabón, es mejor no cruzársele.
Al final pudo desenredarse. Bajó y encaró derechito al colectivo. A todo esto no habían pasado más de cinco minutos. Yo le comenté a los muchachos, que no podían salir de su cuelgue: muchachos, por ahí el flaco clavó y el bondi nunca le respondió, ¿no ven que cruzó toda la calle? Tuta no paraba de repetir: ¡que mal flash, que mal flash, uuuy man, que mal flash! Juancho peló una de esas reflexiones que sacaba de la galera demostrando que, pese a estar quemado de tanto fumar, era un tipo pensante: no puede andar así por la calle loco, tiene que controlar los frenos todo el tiempo, ¡si casi nos mata! Cuando tenía razón, tenía razón.
Bajé al toque para ver en qué quilombo se metía el turco, que pateaba la puerta del colectivo y la abollaba más de lo que estaba. ¡Bajá hijo de remilputa, hacete cargo ahora! ¡A ver si tenés huevos, la concha de tu madre! Yo me paré en la parte de la pared que quedaba sana, y miré para adentro de la cabina: no se veía a nadie. ¡Pará loco, pará!, le dije a mi amigo, a ver si todavía el tipo está hecho mierda. Dejó de patear, me miró y se subió al lado mío para ver. Mirá, mejor que esté bien hecho mierda porque si no lo voy a hacer mierda yo, resopló.
Lo cierto es que no parecía haber nadie adentro del bondi. La puerta que había pateado el turco era imposible de abrir. La del otro lado menos. Tuvimos que entrar por la de atrás, que abrió fácil. El turco subió primero, a los gritos: ¡¿dónde estás Ayrton, la puta que te parió!? Pero tal cual nos había parecido antes, adentro del bondi no había nadie.
Desde afuera nos llaman: ¿qué hacen? Vamonos, que hace un frío de cagarse. Los pibes habían bajado del auto y no querían saber nada con peleas. Pero era cosa de mandinga, las ventanas estaban cerradas, las puertas delanteras trabadas y la puerta de atrás se abría para adentro, era imposible cerrarla desde afuera. Por ahí estaba estacionado más arriba y se le salió el freno, dijo el turco, entendiendo que yo no entendía. Qué raro loco, qué raro, vamos a hacer la denuncia. Ni en pedo, dijeron los de abajo que no estaban para trámites, salgan que nos tomamos el palo. Pero el turco estuvo de acuerdo conmigo.
En la comisaría, un cabito pendejo nos quería cobrar diez mangos para hacer la denuncia. Andá a cagar. Justo aparece el principal de servicio, un tal Barrientos: ¿cómo dicen, que casi los atropella un colectivo vacío? ¿Se dieron con algo muchachos, o están con ganas de joder? Andá a cagar. Nos fuimos a la mierda.
Volvimos a la costanera, no habrían pasado ni quince minutos, pero el bondi ya no estaba más. Qué cagazo de novela. La pared de la rambla, intacta. Ni rastros del accidente. Entonces vimos a un viejo borracho tirado como a media cuadra, todo mojado, caliente sólo por el vino. ¿Por casualidad no vio un colectivo chocado contra esa pared? Todas las noches a la misma hora, dijo el viejo, mientras le chorreaba de los labios un vino rojo sangre...