-Hubo un primer libro que después borraste de tu bibliografía.
-Sí, publiqué un libro que se llama Otoño, poemas de desintoxicación y tristeza en el 88, creo. Cuando encuentro algún ejemplar lo compro. Los estoy juntando para quemarlos a todos juntos.
(....)
-He decidido rematar los remates de mis poemas. A medida que avanzaban mis libros me importaba cada vez menos ser preciso o contundente. Yo creo que cuando uno escribe hay dos voces -como mínimo-: la voz que uno identifica como propia y la voz extraña. Elijo siempre que quede la voz que me resulta extraña. La voz propia es el disparador del poema. Una situación, una frase en una revista que tiene el rango de algo que puede ser poesía. Eso va al papel y se trabaja hasta que su significado se expande y ya no dice una sola cosa, como en la publicidad, sino que sus preguntas son múltiples -siempre está en estado de pregunta, aunque aparente afirmar algo-. Es decir, de hechos personales, en los que nos involucramos emotivamente, sale un poema, como algo que nos excede y que, en la repetición, nos cambia, nos alterna, como la luz de giro. Creo que es clave para un escritor leer literatura de registros diferentes: esto expande la percepción, modifica la paleta de colores. Lo otro lleva al matrimonio entre hermanos: hijos mogólicos. O el síndrome del palco del Diego en La Bombonera: es decir, gente que practica el sidieguismo y que debilita al escritor que se deja adular por la ansiedad y la megalomanía... Y una cosa más: un escritor no debería tomarse tan en serio. En eso Cucurto es un maestro. Hace poco, una profesora universitaria me gritó en una sobremesa: '¡Vos inventaste a Cucurto, Cucurto es un invento!'. Y yo le dije: 'Sí, Cucurto es un invento'. Pero hay inventos buenos, como la vacuna Sabin oral. ¿No?
(...)
-La pregunta del millón: ¿cómo escribís un poema?
-Te contesto con un poema: 'Paso a nivel en Chacarita'. Lo escribí una tarde después de ir a visitar la tumba de mi madre. Era un poema largo, de más de dos o tres páginas. Muy emotivo y muy malo. Después lo empecé a corregir de manera obsesiva. Desapareció del poema mi vieja, mis sentimientos sobre ella y toda esa cháchara sentimental. Al final sólo quería escribir un buen poema, como se construye una máquina. Ya no me importaba la muerte de mi madre. Y lo único que se lograba sostener era la imagen de los chicos poniendo monedas sobre las vías para que el tren las alisara. Dejé eso y puse en el último verso: 'Bueno, eso es todo'.
(de la entrevista a fabián casas publicada en el Diario de Poesía, en diciembre de 2005)