SANTIAGO RONCAGLIOLO: “Los artistas latinoamericanos que venimos aquí debemos estar preparados a que no nos hagan caso”
El escritor peruano pasó de ser un inmigrante sin papeles que no podía siquiera cobrar sus esporádicos trabajos de traducción y adaptación, a convertirse el año pasado en el ganador más joven del premio Alfaguara de novela, con Abril Rojo, y a colaborar asiduamente con el diario El País. Autor también de las novelas El príncipe de los caimanes y Pudor (recientemente llevada al cine por el actor y director español Tristán Ulloa) y el libro de cuentos Crecer es un oficio triste, Santiago no olvida sus duros primeros años en Madrid, aunque actualmente resida en Barcelona, y con gran humildad y simpatía nos atendió en su regreso a esta ciudad con motivo de la feria del libro.
Cuéntanos un poco de tu origen.
Pues, yo nací en Lima en el 75 pero siendo muy chiquito mi familia fue a México D.F., por razones políticas de mi padre nos exiliaron.
Como Bolaño, digamos.
Quizás coincidimos en algún año, supongo, me gustaría, no podría decir más. Pero volvimos a Perú a mediados de los ochenta, crecí ahí y luego me vine a España en el año 2000. Viví en Madrid cinco años, ahora vivo en Barcelona.
A Madrid viniste por determinación propia, es decir, quisiste venir para acá.
Sí, por idiota (se ríe). Ahora, estoy muy contento ¿no? y supongo que tengo más de lo que yo creía que se podía tener, pero uno viene con una ilusión bastante vaga basada, si eres peruano, en Bryce, en Vargas Llosa, en todos los autores que triunfaron en Europa, porque nadie te habla nunca de los que fracasaron, que son muchos más, pero esto ya no trasciende. Creo que uno viene, o que yo al menos llegué con una visión muy ingenua de las cosas, pensando que iba a tirar mi novela en el escritorio de algún editor y me iban a publicar.
Como en Roma, la película, no sé si la viste, la de...
La de Aristaráin, ¿verdad? Sí, sí.
El protagonista es argentino, pero viene y le compran la novela enseguida, parece como un sueño.
Sí, bueno, yo descubrí que el mundo no es así. Yo me pasé aquí en Madrid unos cinco años... Ahora me gusta venir a Madrid, porque me da cierta nostalgia de una época en que éramos todos unos muertos de hambre, sin papeles, buscándonos la vida en cosas artísticas. Mucha gente vino y sigue viniendo a ser escritora o cineasta, o pintora o actores. Y así llegué a España, pero los primeros años, primero tenía que existir antes de empezar a publicar. Creo que venir aquí me sirvió, al menos en los primeros años, en un sentido mucho más vivencial que profesional, luego eso se traduce en tu carrera como escritor, porque te alimentas de eso, de lo que vives y de lo que ocurre. Cambias de país, cambias de situación legal, cambias de clase social, cambias de todo y eso te enseña a adaptarte y a ponerte en zapatos diferentes, en zapatos de gente diferente que tú y... pues eso es lo que necesita aprender un escritor, creo que eso fue muy útil.
¿Cuando llegaste, el objetivo concreto era publicar?
Sí, sí, estudié un año porque era la manera de tener un visado largo y porque así si todo salía mal, pues por lo menos habría estudiado (se ríe), no era que me había estado rascando la panza un año en Madrid.
¿De qué era?
De guión, guión de cine. Y ese primer año no hice más que fracasar, todo salió mal. Recuerdo que los primeros años en Madrid siempre me levantaba convencido de que me iba a largar de aquí, y nunca me iba (se ríe). Me encantaba Madrid y aún me encanta, me gusta volver a Madrid.
Llegaste en el 2000 y todo ese primer año fue ese que te levantabas y decías...
No, el primer año todavía estás con la sorpresa inicial y todo te gusta, o al menos a mí.
¿Terminó tu visado y te quedaste?
Sí, me fui quedando haciendo malabares legales. El segundo año fue ya más difícil, el tercer año fue el infierno (se ríe).
Leí por ahí que hiciste un poco de todo...
Claro, claro, para los papeles necesitas un contrato de empleado doméstico. ¿Qué les vas a decir a las autoridades migratorias, que eres escritor? Ni siquiera hay casillero, ni siquiera te puedes dar de alta legalmente. Hice un poco de todo, aunque siempre estuve muy cerca del oficio de escribir: hice traducciones para alguna editorial de novelas gays, una señora me contrató para escribir sus memorias, hice adaptaciones de telenovelas de televisa para una productora, pero me pasé un año sin cobrar eso porque no tenía papeles y no podía cobrarlo legalmente. Descubrí que tú sí podías trabajar en España, lo que no podías era cobrar (se ríe).
Y la publicación, ¿cuándo aparece? ¿El primer libro que publicaste en España es El príncipe de los caimanes?
Sí, en esa época llevaba ya un poco más de un año fracasando por todos lados y un amigo me dijo que una editorial quería sacar una colección de novelas de viajes sobre ríos, pero pagaban muy poco así que nadie muy importante quería firmar el contrato, o si alguien quería ofrecía ríos como el Tajo o el Duero, ríos que están aquí al lado, así que yo pensé que esa era mi oportunidad de publicar y propuse el Amazonas.
¿La novela ya la tenías?
No, no tenía nada. Se me ocurrió que tenía que ir al Amazonas, pero no tenía dinero para ir al Amazonas y tampoco tenía papeles para regresar a España, así que me inventé el Amazonas, me leí el Amazonas, entre bibliotecas, gente que me prestó, libros que compré. Fingí que había ido al Amazonas.
¿Nunca estuviste allí?
No, nunca estuve allí (se ríe).
La verdad es que es sorprendente, parece que hubieras hecho un viaje tremendo por allí.
No, es todo lo que encontré en los libros. Lo peor es que gente que ha estado en el Amazonas y que yo conocía después, me decía: He leído tu libro, está muy bien la descripción del Amazonas (se ríe) y yo me sentía horriblemente culpable, y me preguntaban: ¿Has estado en la cueva de las lechuzas? Y yo decía, bueno, sí, sí (se ríe).
Ya que entramos al Príncipe, esa idea de hacer una especie de flashes de antepasados y luego volver a la actualidad, cuando arranca la novela parece que se van a describir todas las generaciones porque se menciona primero al bisabuelo, luego al abuelo, luego al padre, entonces da una idea como de Cien años de soledad, como que se va a escribir toda la historia de la familia, y después te quedas con el inicio y con estos dos niños...
De alguna manera creo que el niño, el bisnieto de este cauchero, rompe el maleficio, por decirlo así, de esta familia que nunca pudo salir, de este hombre que llegó y se quedó encerrado ahí y sus descendientes se fueron quedando. Este chico va y hace la ruta inversa, trata de huir de ahí, es un poco, creo, la figura y el contraste, porque es también la entrada y la despedida del siglo XX. Nunca se cruzan las historias aunque creo que de alguna manera conforman una especie de círculo.
Estos dos chicos da la impresión que por momentos fueran personajes de Mark Twain, por ejemplo.
Creo que tienen mucho de las viejas novelas. Bueno, de lo que empezó con Mark Twain o Dickens y terminó con el road movie (se ríe), la historia de viajes y de descubrimiento. Y era importante que fuesen chicos para que tuviesen la misma fuerza que tuvo ese bisabuelo, tuviesen la misma fuerza para salir y explorar y también para que tuviesen una mirada muy inocente sobre todo lo que iban recorriendo.
Hablemos de Pudor.
Pudor salió ya con Alfaguara. Funcionó muy bien, yo creó que cayó en muy buen momento en la editorial porque estaban tratando de renovar un poco el catálogo. Y era una editorial con mucha presencia en América Latina y eso a mí también me interesaba. Muchas veces, realmente, que las editoriales te digan que sí o que no, no depende de que seas bueno o malo sino de qué necesitan en ese momento, cuál es su línea editorial, qué eres y qué es lo que significas tú en ese momento para ellos.
Pudor yo la encuentro totalmente distinta a lo que es El Príncipe, totalmente distinta a lo que es Abril también. Es como una novela que ya desde el vamos comienza retratando lo que es un grupo familiar, algo más cotidiano. Los otros son un libro de viajes con historia, con geografía, después tenemos un thriller que aborda un montón de cuestiones políticas y acá estamos hablando de una familia constituida, del día a día. ¿Cómo aparece eso?
Algunas personas me han hecho notar que tengo una especie de trilogía latinoamericana. Es decir, la violencia política presente en Abril Rojo, la miseria un poco y esa ley de la selva que es el tema de El príncipe de los caimanes y la soledad de las ciudades que es el tema de Pudor. Se reúnen tres paisajes latinoamericanos frecuentes, son intercambiables, podría haber ocurrido exactamente igual en muchos lugares de América Latina y no necesariamente de Europa, por ejemplo, o de África. Pero es una trilogía involuntaria, esto nunca se me ocurrió sino que en cada momento me interesaba ver con qué contaba, de qué quería hablar, qué estaba leyendo, hay una combinación de cosas un poco inasibles de elementos para decidirte a escribir una novela. Creo que hubo una idea de Pudor desde que vi La tormenta de hielo, de Ang Lee, que es una película muy intimista, sobre los deseos de una familia, basada en una novela de Rick Moody.
De la forma en que se abordan los personajes adultos, es como que hay un montón de vivencias que parecen de una persona que ya ha vivido mucho más tiempo.
Es posible. Creo que precisamente el haber vivido en distintos sitios y haber hecho distintos trabajos y el hecho de que mi oficio sea observar y escribir, me ha convertido en una persona muy adaptable. Pienso muchas veces en que puedo hablar y he hablado con, yo que sé, un senderista peruano, un director de cine español, un editor alemán, un policía brasileño y tiendo a mimetizarme. Si hablo con una señora me convierto en una señora y si hablo con un niño me convierto en un niño y eso es excelente para la literatura. Es pésimo para tu vida personal (se ríe), porque llega un punto en que ya no sabes muy bien qué eres y cómo deberías ser.
Leí por ahí que Tristán Ulloa (el director de la versión cinematográfica de Pudor) dijo que leyó la novela, se la comentó al hermano y enseguida te llamaron ambos encantados con la historia. ¿Te pilló por sorpresa, lo conocías?
Yo sabía quién era Tristán, conocía su trabajo como actor y me gustaba. Y cuando nos reunimos teníamos referentes muy similares acerca de cómo visualizábamos la película, acerca del tratamiento con la intimidad, acerca del tipo de película que nos suscitaba. Y mismo los actores que los dos veíamos en los papeles eran los mismos. Había otras propuestas, pero la de Tristán era la que más me interesaba creativamente. Me gusta la película, es distinta que la novela, tiene menos humor y me gusta también que él lea esa parte tan dramática.
Tú lees mucho en inglés, ¿consideras que tus influencias son más anglosajonas que latinoamericanas?
Sí, absolutamente, porque me interesa un lenguaje más económico, que la prosa sea muy directa, muy visual, muy transparente, que la historia sea menos pretenciosa, que eso es lo que le pesa a la tradición latinoamericana, menos experimental formalmente, y que más bien la prosa no se note, que el lector entre, penetre en el libro y se olvide que alguien se lo está contando. Esas cosas que asocio más con la producción anglosajona que con la latinoamericana, quizás porque la literatura siempre fue más democrática en el mundo anglosajón. En América Latina se tiene una visión más elitista, el libro es como un signo de distinción, es algo que demuestra que eres inteligente (se ríe).
De todas formas yo he notado en algunos momentos de tu escritura que el humor de Bryce, por ejemplo, está presente.
Sí, bueno, es muy posible. Yo es una cosa que no sé, me pasa más con Abril Rojo, la gente encuentra ecos de Pantaleón y las visitadoras o Lituma en los Andes, libros de Vargas Llosa, y yo me paso la vida diciendo: pero es un thriller, es El silencio de los inocentes. Sin embargo, cuando lo pienso, sí, hay el eco de Pantaleón y de Lituma, y me pregunto si eso está en la cabeza del lector, que como soy peruano me sitúa en la órbita de Bryce y de Vargas Llosa, o en mi ADN y es que está incorporado y sale cuando quiere.
¿Pero los has leído?
Sí, soy un gran fanático de ellos, por supuesto. Pero, personalmente, si tuve alguna actitud respecto a la tradición literaria peruana es no hacer nada parecido. Es decir, la única manera de tener una vida propia es desmarcarte de esta tradición. Los admiras, por supuesto, los ves y los has leído toda tu vida. Además han sido muy generosos conmigo cuando nos hemos encontrado personalmente y si Bryce y Vargas Llosa son muy generosos contigo... a mí se me caen los calzoncillos (se ríe).
¿Cuándo llegaste a Madrid buscaste un lenguaje más neutro?
Más que buscarlo fue surgiendo. Porque aquí vives entre latinoamericanos, entre españoles, los primeros años con extranjeros de todos lados, porque somos los que no tenemos raíces y entonces nos juntamos entre nosotros. Y sí, mi español se ha ido neutralizando, incluso creo que por una cosa adaptativa. Cuando voy a Perú los peruanos creen que hablo como español y ningún español cree que hable como ellos (se ríe).
Hablemos de Abril Rojo. Gana el premio Alfaguara, te conviertes en el ganador más joven en ganar el premio. En Abril rojo abordas un tema muy urticante en tu país, como es Sendero Luminoso. Sin embargo, al principio de la novela pones una serie de citas, entre ellas una del propio Abimael Guzmán (fundador y líder de Sendero Luminoso) y, después, al final, también pones una nota aclaratoria. ¿Te produjo cierto temor abordar esta temática?
No, al contrario, yo quería que fuese una bomba de tiempo. Yo quería que fuese una novela que produjese mucha polémica y temblores. Lamentablemente a todo el mundo le gustó nomás (se ríe). La revista de los militares dijo que bueno, que era una novela que delataba mis prejuicios anticastrenses, pero que estaba bonita, que era una buena novela (se ríe). Los senderistas opinaron que yo era demasiado neutral: hay que tomar posición en este asunto; pero que bueno, decían que era una novela respetuosa y amable con ellos (se ríe). También creo que es una novela que no dice quién es el bueno y quién es el malo y eso la hace más digerible, porque creo que también ha salido en un momento en que la sociedad peruana empieza a tomar cierta conciencia de que todos fuimos responsables. Quizá yo era un niño pero todo mi entorno y todos los que estábamos en esa sociedad tenemos parte de responsabilidad en lo que ocurrió y en ese sentido creo que la sociedad peruana encuentra en esta novela algo que tiene que ver con el momento que está viviendo.
Te has consolidado en España, prácticamente toda tu historia editorial transcurrió aquí, ¿cómo ves, por ejemplo, la inmigración latinoamericana en Madrid y en España, qué le dirías desde tu experiencia a esa gente que sigue viniendo?
A la gente de América Latina que viene a hacer cosas creativas sobre todo, literarias y esas cosas. Supongo que les diría que estén preparados a que no les hagan caso, les devuelvan los manuscritos, no los lean, los rechacen, se rían de ellos. Y que si sobreviven a eso, no tienen más remedio que ser escritores o lo que sea. Y supongo que si no sobrevives, quizá nunca lo fuiste. Esta es una carrera en la que yo creo que no sobreviven los mejores si no los más tercos. Yo veo a la gente que se va agotando alrededor y se va cayendo y ya no da más y tú sigues y sigues. Y yo tengo mucha suerte en realidad pero no sé qué habría pasado si... supongo que venir a España también era el último cartucho, es decir, es ahora o nunca, o vuelvo a Perú y soy cajero de banco. No siempre controlas todo lo que está ocurriendo y lo que puede ocurrir con tu trabajo y al final se trata simplemente de cuánto estás dispuesto a aguantar para seguir llevándolo.
Entonces que aguanten, paciencia y trabajo.
Sí, qué remedio (se ríe). Me gustaría dar un consejo más animoso pero también creo que ese es un consejo animoso. Creo que es un consejo que uno puede dar con la experiencia, no puedes decirle a la gente cómo debería escribir pero sí sabes qué tipo de dificultades tiene uno cuando arranca.