"El cuzco negro se ha perdido en la noche. Adán cruza la calle Warnes y se interna en la de Monge Egmont: a la crisis de su alma sucede ahora un gran silencio interior que nace del mutismo en que han entrado su memoria, su entendimiento y su voluntad. Pero, ¿qué figura es aquella que duerme tendida en el umbral de su casa?
-Un linyera -se responde Adán-. Un pobre linyera que ha dado con sus huesos en Buenos Aires y se tumba donde lo agarra la noche.
Llaves en mano, Adán considera ese montón de trapos y envoltorios que se arrebuja en el umbral. Pero aquel hombre o no dormía o ha despertado, porque ahora se pone de pie y aguarda mansamente, como si el de aguardar fuera su gesto ineluctable. A la luz del farol esquinero, Adán contempla un rostro de barbas cobrizas y dos ojos entre consternados y alegres.
-¿Qué hace aquí? -le interroga.
-Espero.
-¿A quién?
El hombre de la noche ha sonreído.
-¡Qué sé yo! A todos.
Abriendo la puerta de calle, Adán piensa en el colchón que le sobra, en el escándalo que le armará doña Francisca no bien lo sepa y en el júbilo rencoroso de Irma.
-Entre -le dice al linyera, que ya recoge sus trastos.
Sin decir palabra, el hombre de la noche ha obedecido; y Adán lo ayuda en la tarea de cargar los atados roñosos que forman su equipaje. Luego, en plena oscuridad, sube hasta la puerta cancel y hace girar el llavín de la luz. Pero, al volverse, descubre que su hombre ha desaparecido. Baja corriendo la escalera, sale a la calle y escudriña en todos los rumbos: nada.
-Un pobre linyera -se repite Adán Buenosayres-. Claro, ha preferido su libre intemperie."
(Leopoldo Marechal, "Adán Buenosayres", año 1948, fragmento tomado del libro quinto, capítulo III; el título se lo afané a mi amigo ramón paz)