Todos los fines de semana deberían tener tres días. Sólo así, al menos yo, logro desenchufarme, disfrutar de la vida y pensar un poco.
Brando (la escuadra) tuvo fecha libre por el fin de semana largo. Teniendo en cuenta que broder chanch se iba el domingo a la noche, y que el sábado tenía el casorio que lo devolvió a estas pampas, armé una movida con la galera para el viernes a la noche. La asistencia fue casi perfecta, copamos una mesa en un boliche de moda (aunque estemos totalmente fuera del circuito) y le entramos duro al champú con energizante. Mucha charla, poco baile. La chanch dio la nota, como siempre, espantando furiosamente unas moscas adolescentes que se abalanzaron sobre una de nuestras botellas. Después la seguimos en un lugar resucitado cerca del río. Una especie de regresión. La chanch y ratactor se encontraron con duby en el medio de la pista y, al poco tiempo, fuimos amablemente invitados a retirarnos por el anabólico personal de seguridad. Telón lento.
El sábado amanecí bien entrada la tarde. La ansiedad de la chanch resonaba en mi contestador. El kía necesitaba una corbata que me había prestado hace unos años para lucirla en el casorio. Lo pasé a buscar y fuimos a almorzar por ahí. Le di la famosa corbata y lo deposité en el salón de fiestas. Pequeño oko andaba de mudanza. Pasé el resto del día subiendo y bajando muebles de una camioneta y metiéndolos a presión en la baulera del rubio. Claustrofóbico y agotador. Por suerte a la noche me pude relajar, pasé por la petisa y terminamos en el bajo comiendo delicias varias (ravioles de salmón, lomo de búfalo, etc.).
La feria del libro ocupó casi todo nuestro domingo. Caminé mucho (la petisa me abandonó a la mitad atacada por la horda de gente), me encontré con kukurten presentando una poeta brazuka, compré unos pocos libros (la consigna era no gastar más de un diego por unidad) para mí y un par para la madder que cumplía años, uno de saccomano y el otro para dejar de fumar porque llegó a los 61 y sigue echando humo como un sahumerio. A la noche encaramos para el mangrullo, alta parrilla cerca de ezeiza donde broder chanch había decidido despedirse de las carnes rojas. Una fiesta de achuras y cordero, sobremesa y cuando su viejo lo llevó al aeropuerto (previo dejar todo garpo), con la petisa seguimos hacia cañuelas a lo de primogénita, a esperar el festejo de la madder del día siguiente.
Nos despertaron las nenas. Un día espectacular. Me encargué del asado a medias. Lastramos todo el día. Pequeño oko no pudo venir, quedó en el centro con la mudanza. Regalos, torta y velitas. Las nietas todo el tiempo encima de ella. El festejo estuvo genial. Fue un placer ver a la madder tan contenta. Después hicimos una siesta con la petisa y a última hora partimos de regreso, tranquilos por la autopista vacía.
Muy movilizante todo. Con la petisa, por suerte, últimamente siento que estamos más juntos. Los libros están ahí, no tanto por la feria, pero ver tantos por leer y tener tan poco tiempo, soñar con los míos y todo eso, qué se yo. Con mi broder siempre estamos cerca, todo sigue igual, aunque es fuerte pensar que probablemente el tipo que mejor me entiende en el mundo no va a volver en los próximos dos años. La madder es lo más, tiene 61 años y una vitalidad contagiosa, aunque por momentos me cuelgo a pensar en cómo pasó el tiempo, en qué grandes estamos y muy bien no se cómo explicarlo, pero me agarra una especie de nostalgia. A veces padezco de ciclotimia emocional, mi vida pasa de ser fantástica a una mierda y vuelta a empezar. Y yo paso caminando como un equilibrista por la mitad de las cosas y así sigo existiendo, hasta que en una de esas llegue el momento de patear el tablero, o no.