Thursday, February 22, 2007
Habituándome a la ciudad
La primer semana en madrid fue rara. Acostumbrado a no tener un segundo de paz en la ciudad de la furia, a correr de un lado a otro, a llevar a la sastrería en la cabeza casi todo el tiempo, el sólo hecho de no estar obligado a levantarme de la cama en un horario concreto ni vivir pendiente de un teléfono celular que vibrase en mi bolsillo derecho (aunque a veces parecía que ahí estaba, vibrando) fue una gran novedad. Despertar en un cuarto extraño, solo, abrigado. En fin. Alex y Blanca me tratan de maravillas. Se la pasan el día en la casa, él porque labura con la compu, ella porque le dieron reposo absoluto hasta el parto a raíz de las continuas contracciones. Eso hace que en mi afán de no molestarlos y darles un poco de intimidad, me la pase afuera todo el día. Lo único malo es que hay días que hace bastante frío, aunque igual me encanta caminar por esta ciudad. El primer lunes anduve por la biblioteca nacional y me procuré un carnet de investigador para poder entrar y salir cuando quiera y pedir cualquier libro que necesite. Les dije que era escritor y me buscaron en su catálogo, pese a mi insistencia de que no perdieran el tiempo: imagínense a la minita tipeando "loyds" en la computadora, yo me reía solo. A las siete de la tarde fue mi primera clase en el curso, ahí me encontré con mini frankie y tortuguita, dos mendocinos simpatiquísimos, y con la puntana cid soba pollas alemanas, que se les coló en el viaje y se cree mata hari. El profesor capo sastre que dirige el seminario, una eminencia mundial en el rubro, nos contó la solución que había adoptado, momentos antes nada más, respecto de una polilla que en tiempo récord se había comido 26 trajes completos y amenazaba con reaparecer en escena. Realmente muy interesante, casi un privilegio hablar con él mano a mano. Luego fuimos a la latina, con la nueva pandilla y otros más, a comer unas tablas de fiambres y a por unas cañas (cervezas). Al día siguiente, martes, junto a la pandilla anduvimos paseando por el palacio real, puerta del sol, plaza mayor, y terminamos en chueca tomando otras cañitas. El miércoles estábamos citados en la superintendencia textil de madrid, para presenciar la presentación de un nuevo y enorme género, pero esto de no tener ni reloj ni despertador es complicado a veces. Me quedé completamente dormido, salí corriendo y llegué unos 45 minutos tarde. La chica de la puerta, cuadrada al cuadrado, me perjuró que tenía prohibido dejar pasar a nadie una vez iniciada la sesión de corte. Así como fui me tuve que volver. Por la tarde asistimos a la escuela complutense de corte y confección a apoyar la candidatura a gran modista de una mujer de origen argentino: la cantidad de puntos y contrapuntos que tenía en su haber era abrumadora. Su eminencia estaba presente y cuando se enteró que no me habían dejado ingresar en su taller esa misma mañana puso el grito en el cielo. Pero bueno, sobre la leche derramada... El jueves siguiente, con mi guía del ocio bajo el brazo, me metí en una exposición de roy lichtenstein espectacular, con muchas pinturas y esculturas de gran tamaño. Un placer, a la petisa le hubiera encantado, y a mi amigo terranova seguro también. Después salí a caminar por la calle claudio coello (una especie de arroyo, plagada de galerías de arte) y entré a ver una exposición de man ray, que exhibía más que nada negativos o primeras tomas de sus inicios en la fotografía. La verdad fue interesante, pero no me mató. De ahí me fui a un cóctel en honor de su eminencia, a quien se le entregaba una medalla honoris causa de parte de una escuela de modistos cuyanos. Bastante aburridos los discursos, por cierto, aunque el jamón serrano que sirvieron después fue increíble y abundante. Terminamos de la panza y nos fuimos a seguirla a alonso martínez, uno de los barrios que más me gustan de madrid, una pequeña plaza circular (que las hay muchas), con un montón de callecitas alrededor repletas de bares de tapas. Cuando pasamos por el café de parís dije éste es el lugar: en la vidriera tenían un póster de los stones de los 60, en blanco y negro, con jagger con cara de nenito y richards con el pelo lacio. No me equivoqué, la música era espectacular, puro rock & roll, y los tragos relativamente accesibles, aunque acá, cuatro a uno, todo es carísimo. Pero para un par de cubatas de ron con cola y limón me dio y fue muy divertido. Me volví bien alegre, caminando como 20 cuadras (nunca caminé tanto como acá), a descansar un poco, porque el viernes partiríamos con alex, a pasar el fin de semana, ¡a la nieve!