"...se considera, erróneamente y a priori, que los escritores y los artistas -y tanto más cuanto más grandes- son como representantes de lo espiritual, casi sacerdotes laicos de la verdad, de la humanidad y de la justicia, como maestros de vida. Sin embargo, no es así. Crear una obra de arte, aunque ésta sea grande, no garantiza en absoluto -como, por otra parte, lo sabía bien Thomas Mann- la posesión permanente de cualidades morales (y mucho menos de inteligencia) capaces de evitar las aberraciones éticas y políticas. Muchos entre los grandes escritores del siglo pasado han sido fascistas, como Pirandello; nazis o filonazis, como el gran Hamsun; antisemitas a pesar de sí mismos, como el autodestructivo y también grande Céline; estalinistas, como esos escritores franceses que iban con devoción a Moscú para asistir a la 'misa roja' o a los linchamientos de tantos de sus compañeros. Continuamos amándolos y comprendemos el itinerario de autolesión que los ha llevado a esta automutilación espiritual y a aprender de ella hasta valores esenciales como el amor y la rebelión, negados por las ideologías perversas que tienen indulto, pero no podemos esperar de ellos más claridad o sabiduría que la de la así llamada gente común. Por otra parte, hasta Goethe escribió la inmortal historia de Margarita que nos enseña para siempre la piedad y la comprensión por ella, y algunos años más tarde votó a favor de la condena a muerte de una joven que había cometido la misma falta que Margarita. Pobres diablos. El espíritu sopla donde y cuando quiere, y no siempre en el corazón y en la mente de un gran escritor. Cuando no sopla, todos son pobres diablos capaces de hacer cualquier tontería..."
(de la nota "No hay que esperar que los artistas sean maestros de la vida", escrita por Claudio Magris del Corriere della Sera con motivo de la polémica por el pasado de Günter Grass, publicada en el diario La Nación el lunes 21 de agosto de 2006)