Tuesday, December 19, 2006

Quinteteros: el flaco

"Desde la última vez que lo había visto, el lunes a la noche en un hotel de la calle Paraguay, Juliana no había logrado comunicarse con Esteban. El teléfono le daba siempre ocupado o la atendía el contestador. El sábado a la tarde, viajando con su hermana en colectivo por la avenida Santa Fe, vio en la cartelera de Metrópoli Bailable que esa noche tocarían Los Pantanos.
Carmen estaba en Capital porque a la tarde iba a dar una prueba en una peluquería cerca de la terraza. La notábamos un poco nerviosa. Había traído sus tijeras en un bolso y, después de insistir, me convenció de que no me vendría mal un nuevo corte de pelo.
Más tarde, para entrar al boliche, tuvimos que hacer una cola de cincuenta metros. Yo no había logrado convencer a Mariela y su lugar lo ocupaba el nuevo inquilino. Desde afuera sólo se oían los graves de la música. En la puerta nos palparon de botellas o de armas y nos dejaron pasar.
La pista estaba llena de parejas que bailaban al ritmo de un cuarteto. Dimos una vuelta y las chicas fueron juntas al baño. Adrián y yo subimos al entrepiso y nos acodamos en la punta de una barra. Él me dijo algo al oído, yo le respondí con un gesto y le preguntó al barman por el trago más barato.
-Mezcladito -me gritó sobre la música, señalando la lista de precios-, el culo de todas las bebidas.
Volvimos a ver a las chicas un rato largo después, justo cuando un locutor presentaba a Los Pantanos. Al principio me costó distinguir a Esteban entre sus compañeros; todos tenían el pelo suelto y un traje blanco y largo hasta debajo de las rodillas. Cuando desapareció el humo artificial, pude ver su instrumento en una punta del escenario, se lo mostré a Juliana y, durante varios compases, mientras ella lo miraba a los ojos, yo miré la figura que dibujaban sus dedos sobre el diapasón.
Aunque iba por el cuarto mezcladito, Adrián todavía no me hablaba como si nos conociéramos de antes. Yo empecé a bailar frente a Carmen; no estaba acostumbrado a tomar alcohol y con la segunda cerveza ya me había emborrachado. Miraba el sistema lumínico que colgaba del techo y, acariciándome los mechones que ya no tenía, como un tic o como parte del paso, cada algunos segundos me llevaba una mano a la cabeza.
A la salida del boliche, ya de madrugada, me pareció ver a Esteban subirse a una combi entre un grupo de fanáticas. Se había sacado el traje y atado el pelo en una cola. Cuando se lo mostré a Juliana, ella corrió hacia la ventanilla polarizada gritando su nombre, se enmarcó la cara con las manos, y, al darse vuelta, cerró los ojos sin decir una palabra.
Volvimos caminando a la terraza. Carmen y Adrián se quedaron charlando en la vereda. Al subir la escalera noté que Juliana seguía conteniendo las ganas de llorar. Cuando entré en la pieza, después de lavarme los dientes, la vi meterse en mi cama y escuché que me pedía, sacándose la ropa, que le frotase las mejillas para que le volviese el color."



(Fragmento del cuento "El sistema" arbitrariamente escogido por superloyds. El cuento forma parte del libro "Los estantes vacíos", de Ignacio Molina, editado por Entropía en el año 2006)