Mi ex buscapanner está lleno de cajas. Hasta dos bolsas con envases de cerveza y un rollo de cartón corrugado tengo en el asiento de atrás. Soy una especie de cartonero botellero motorizado. Me siento un poco como el viejo barbudo de amores perros que alguna vez tuvo todo y de pronto se encuentra cual paria deambulando por las calles y juntando perros heridos. Ayer a la tarde lo dejé estacionado abajo de lo de madder, me saqué el disfraz y me vestí con ropa que había dejado ahí el fin de semana, en la repartija de cosas a destinos tan diversos como lo del rubio, primogénita, pequeño oko, madder y la petisa. Después salí caminando en sandalias hacia la pizzería donde despedimos a una amiga que supo trabajar en la sastrería hasta que decidió mandar a todos a la mierda. Y eso que era de la familia. En fin, unos huevos de novela la flaca. Ahora se va a vivir a Miramar. Su viejo es de allá y le hace un lugar en su casa. Ella no se banca más la ciudad de la furia y parte de regreso a su playa de nacimiento en busca de paz y tranquilidad.
Caminar por la zona en que pasé toda mi vida hasta hace tres años atrás, ya no se siente igual. Se ve que me fui acostumbrando a barrios más verdes y tranquilos, sin tanto colectivo ni cemento por todos lados. Ayer me trasmitió una vibra como muy cargada, no sé que onda, pero volver no quiero. Después de una pizza y unas cuantas birras, la conversa se fue sincerando un poco. La flaca nos contó que largó la sastrería porque estaba saturada: no era lo que quería para su vida, a pesar de que se llevaba unos buenos mangos que le permitían alquilar un departamento super equipado y con balcón terraza. Cuando renunció tenía juntados unos ahorros, pero se los fue comiendo todos estos meses porque con el laburo posterior, mucho más modesto, no le alcanzaba. Ahora se va a Miramar con seiscientos mangos y sin trabajo a la vista. Me meteré de moza en algún parador, al menos con eso zafo la temporada, pero voy a ser más feliz que acá seguro, nos dijo. Para reflexionar. Tal vez me esté mostrando el camino, tal vez en febrero, quién te dice, sigo sus pasos. Veremos cómo se van dando las cosas.
Llegar a la noche al depto de madder fue medio déjà vu. Cuando mis viejos se separaron la planta baja interna quedó muy grande y la vendieron. Madder pegó un pequeño piso 12 esquinado y con mucha luz y el rubio un dos ambientes aún más alto, pero a sólo una cuadra de distancia: increíble. Primogénita ya se había casado y pequeño oko y yo nos instalamos en el piso 12: dos cuartos y dependencias. Sorteamos. Por supuesto que perdí, como siempre, y me tocó el mínimo cuarto de servicio. Era como un pasillito, cagando cabía la cama. Entrabas y prácticamente caías sobre ella. Pero bueno, la verdad es que yo no estaba nunca y tan terrible no fue porque madder además se ocupó de malcriarnos un poco más que de costumbre. Un buen día partimos los dos hijos y, tiempo después, ella tiró la pared que había entre mi cuartito y el suyo, instaló ahí el living comedor en una especie de enroque y llevó su cuarto al living. El de pequeño oko quedó en su lugar y, por cuestiones económicas, fue alquilado a una chica peruana que vino a estudiar a buenos aires. Pero da la casualidad que esta chica dejó la habitación a fin de noviembre, justo para cuando quedé homeless. Así que esparcí algunas de mis cosas ahí, en la vieja pieza de pequeño oko abandonada por la peruana.
Dormí como el orto. Me debo haber despertado más de diez veces para mirar el reloj despertador que le había robado a madder antes de acostarme, porque me habían encomendado entregar un traje a domicilio bien temprano y tenía miedo de quedarme frito. En un momento dado le eché un vistazo y eran las 7.30, hora prefijada para arrancar. Pegué un salto y me metí en el baño, me lavé la cara y los dientes y volví al cuarto para ponerme el disfraz. Miré nuevamente el reloj: eran las 5.30. Fucking paranoid. Me metí de vuelta en la cama. Minutos antes de la hora verdadera me desperté solo, desactivé el despertador y la vi a madder sentada en el comedor con un yeso desde el sobaco hasta la muñeca derecha, esforzándose con el otro brazo para desplegar las hojas del página 12. Me contó que el viaje había sido perfecto hasta un día antes de volver, cuando se cayó entre unas rocas y se dislocó la muñeca. Allá le pusieron una férula provisoria y al llegar acá le metieron el brazo entero en ese yeso incómodo que además le raspa. Para colmo parece que va a haber que operar para que no pierda movilidad. No sé cómo hizo para exprimir unas naranjas en ese estado, pero después de bajar a correr el ex buscapanner antes de las 8 para que no me lo llevase la grúa, encontré mi jugo esperándome sobre la mesa. Cuando quise prender el calefón para pegarme un duchazo, se habían acabado los fósforos y, como dos buenos ex fumadores que somos, no contábamos con generador de fuego alguno en nuestro haber. La madder terminó tocando el timbre de una vecina loca del piso de arriba que le entregó una pila de fósforos que trajo en la mano sana. Me dí una excelente ducha, me calcé el mismo disfraz del día anterior, partí en mi ex buscapanner y concreté la entrega a las 8.35 hora exacta.
En el camino pasé por lo del rubio que se fue a un congreso en la feliz y me dejó las llaves de su casa en portería. Viene a ser otra alternativa donde caer. Es que así paso los días y sobre todo las noches, en todos y en ningún lugar. Por momentos sueño que soy el ponja de hierro 3, un vagabundo que vive como un fantasma usurpando noche a noche una casa distinta, viviendo pedazos de las vidas de otras personas. Quién sabe dónde voy a terminar acostándome hoy cuando se apague la luz. Ya veremos. Mientras tanto, voy a comer unas empanadas y después, voy a aguantarme las ganas de fumar un cigarrillo.