"En 1978, a los 18 años, disparé por primera vez una cámara de super 8 en Barrancas de Belgrano. Quería filmar algo, lo que fuera. Lo que me tocó en suerte fue una familia de gitanos sentados en el pasto. No me daban bola, no les tuve que decir que no mirasen la cámara porque eso que me temblaba en las manos se parecía más a una radio portátil que a cualquier otra cosa, una Kodak rectangular, de plástico. Gasté todo el rollo de tres minutos en una única toma. Al fin y al cabo eso es lo que había que hacer.
Con tomas así de largas, digamos, ya estabas haciendo algo diferente, algo como me mostraban esas películas tan sofisticadas que podía ver todos los viernes a la noche en La Manzana de las Luces. Allí se había instalado un cineclub, bah, unas sillas y un proyector de 16 mm. que pasaba lo que parecía estar cambiando el futuro del cine: Wenders y 'Movimiento falso', Fassbinder y ´La angustia corroe el alma'.
Lo primero que a uno le impactaba de este tipo de cine es que había momentos, perdón por la simpleza, que parecía no pasar nada. La antítesis del continuado en el cine Unión y los sábados de super acción. Esto era lo que uno tenía que hacer si quería ser un director de vanguardia, lo sano y más práctico: tomas a fondo de rollo.
Dejar simplemente que las cosas pasaran frente al lente o, mejor dicho, 'captar los acontecimientos desde una nueva sensibilidad'.
Así, de esta forma no tan compleja, uno podía adquirir sin demasiada transpiración una personalidad interesante. Una especie de pasaporte fosforescente que te destacaba del resto de los simples mortales que disfrutaban como chanchos con 'Río Rojo', 'Fuerte apache', 'Cantando bajo la lluvia', 'Fiebre de sábado por la noche' y toda esa serie interminable de bobadas complacientes fabricadas para las masas que se resistían malcriadas a sufrir frente a la pantalla.
Van pasando las décadas y cambian las modas, pero la constante es que con dos o tres truquitos estilísticos, si algún charlatán en una escuela te ayuda a detectarlos, uno se puede convertir automáticamente en el hoy del cine y engrupir a novias y críticos. No hay riesgo y si se te va la mano decís que es un homenaje.
Una vez sentado en el lomo de la correcta atmósfera que la moda sugiere, podés darte el lujo hasta de mear de un chorro a Hawks, Wyler, Wilder y, por qué no, a la nouvelle vague.
Esto se fue haciendo descaradamente evidente y llegó a su máxima expresión con el chiste que Lars Von Trier les jugó a todos con el Dogma.
¿Y ahora? ¿Dónde estamos ahora? ¿Es ésta una nueva era? ¿Se habrá vencido finalmente al virus de tanta autoconciencia?
Sería fantástico que el cine de ficción vuelva a entender para qué sirve. Que vuelva a simplemente querer contar bien historias interesantes (como si esto fuera poco). Dejemos al arte dramático del cine un poco en paz de política y de modas.
Hagamos cine para unir a la gente, no para separarla por pensar distinto, no para excluirla porque narramos como eunucos snobs, no para mirarla de costado porque genuinamente no entienden, y sobre todo, dejemos de echarles la culpa por esto. La culpa es de los que hacemos cine. No nos olvidemos que los tenemos ilusionados sentados a oscuras."
(Columna de opinión de alejandro agresti, publicada en espectáculos de la nación del domingo 27 de agosto de 2006)