Thursday, April 12, 2007
Un viaje a la edad media
La medina (ciudad vieja y amurallada) de fés el bali retratada en la foto del post anterior es una de las más grandes del mundo y, dicen, la más fascinante de marruecos. Esa mañana nos levantamos con la petisa en el hotel royal, en la ciudad nueva y lo llamamos por teléfono a abdul, un guía que nos había pasado broder alex y que dominaba la medina a la perfección. El tipo apareció a los pocos minutos en el bar donde desayunábamos, un personaje total, un pendejo alto y flaco con un tranco larguísimo (por momentos se hacía muy complicado seguirle el rastro) que desaparecía de repente cuando nos cruzábamos con algún policía (porque no era un guía autorizado) y volvía a aparecer a las pocas cuadras sin que te dieras casi cuenta (una especie de agente 13 de maxwell smart, salía de los lugares menos pensados). Primero nos llevó al palacio real, un edificio imponente con una explanada impoluta, donde curiosamente sólo dejaban acceder a los turistas y donde la petisa le sacó un montón de fotos a los muchachos que limpiaban sus enormes puertas doradas (pronto pondremos en el aire un fotolog, seguiremos informando). De ahí tomamos un petit taxi (unos renault chiquitos ideales para la petit) que nos llevó a la entrada de la medina y fue como retroceder mil años en el túnel del tiempo. Encaramos las estrechas callecitas, siempre siguiendo a abdul porque era un laberinto: te perdés ahí y podés terminar en cualquier parte y tornarse una situación muy claustrofóbica. La enorme cantidad de gente que vive o trabaja en la medina parece haberse quedado suspendida en el tiempo, porque la influencia del mundo occidental no ha logrado penetrar en sus talleres de artesanía, en la vestimenta de las figuras que caminan encapuchadas o en los medios de transporte, que se limitan a filas de burros muy cargados con cestas llenas de lo que sea. Los habitantes de fés el bali viven de sus industrias y sus artículos de piel, vajillas de plata y trabajos de madera de cedro. Los tintoreros, curtidores y artesanos del latón y la plata siguen utilizando las antiguas técnicas, no hay espacio para introducir las nuevas tecnologías en la ciudad. La medina se divide en distintos souk o barrios especializados según la actividad que desempeñan sus artesanos y moradores, y abdul nos dio un pantallazo de cada uno de ellos. El trabajo sigue el sistema medieval, un capataz dirige una cooperativa hereditaria y los conocimientos se transmiten de generación en generación. Y en todas las cooperativas te quieren vender algo, eso seguro. Los marroquíes pueden ser muy insistentes, aunque no quieras comprar nada ellos van a insistir hasta la exasperación. La primera visión fue escalofriante, era la cooperativa de alimentos, especialmente aceitunas, que hay por todos lados: nos mostraron un patio en cuyo centro ponían a reposar las bolsas llenas sobre un charco y, al costado nomás, pudimos ver una rata muerta patas para arriba del tamaño de un gato. En la cooperativa de las alfombras subimos a una terraza donde unas mujeres semi esclavizadas tejían alfombras en un enorme telar de lana. Nos invitaron a sentarnos entre ellas para poder observar su trabajo y al minuto ya nos estaban mangando de los dos lados, una se probaba mis anteojos, la otra me mostraba un billete de 50 dirhams y me pedía plata mientras me tiraba de la manga, muy loco. Cuando bajábamos el jefe nos ofreció un té (los marroquíes toman té de menta todo el día y en todo lugar), hasta que se dio cuenta que más que españoles éramos argentos y que no íbamos a comprar ninguna alfombra: ahí desapareció el té, la amabilidad, todo. Salimos arando y encontramos a abdul, que nos llevó a la cooperativa de perfumes y especias, donde compramos un poco de curry y otro de comino (espectaculares). Luego fuimos a la de las sedas, después a la de platería (la petisa pegó una mano de fátima chiquita y barata para el monoambiente). Finalmente un amigo de abdul nos condujo por los techos hasta que pudimos ver una de las visiones más espectaculares de la ciudad: el barrio de los curtidores de pieles. Las pieles de camello, vaca, cabra y oveja son sumergidas en distintas tinas para sacarles la carne, el pelo, enjuagarlas y finalmente teñirlas. Desde arriba toda esa especie de recipientes parece una gigante paleta de colores, como se ve en la foto que ilustra este post, y para el teñido los tipos se meten hasta media pierna dentro de las tinajas pisoteándolas intensamente. Es un paisaje inolvidable. Después de caminar casi toda la medina, abdul nos metió en un restorán típico ubicado en un riad (una casa árabe antigua con patio interno) espectacular, donde comimos harira (típica sopa con carne y legumbres) y después un cuscús (base de sémola cocinada al vapor) con pollo que estaba de película. Para terminar, nuestro guía nos invitó a la casa de su hermano, en plena medina, donde nos convidó una vuelta de té de menta y un poco de chocolate. Un día completo y anacrónico, un viaje a mil años de distancia.