La noche en el desierto fue increíble, dormimos con la petisa en una tienda y tapados con varias frazadas porque el frío a la noche se pone espeso. Cuando estaba por salir el sol, uno de los guías nos despertó aplaudiendo desde afuera para que podamos disfrutar del amanecer en el sahara. Salimos mientras clareaba y nos trepamos a una duna bien alta para poder ver el sol aparecer entre las montañas de arena y puedo decir, sin temor a equivocarme, que fue el mejor amanecer que vi en mi vida. Una vez que la bola de fuego empezó a escalar el cielo celeste, sin una nube a la vista, emprendimos el regreso en los camellos. Le dejé a la petisa el primero en la fila y me subí al que le seguía, un poco más alto. Volvimos tranquilos y felices hasta el albergue, donde ahmed nos esperaba con un suculento desayuno mirando al sahara. Después nos despedimos, le intercambié un turbante por un gorro de lana que compré en jujuy y nos subimos al taxi de rashid, que recién entonces, después de dos días en que le dijimos rashid unas mil quinientas veces, nos dijo que en realidad su nombre era houssin. Esa maldita costumbre que tenemos los argentos de cambiarle el nombre a todo el mundo. En fin. Houssin (en la foto junto a su taxi del real madrid) también nos confesó que era su primera vez en el sur de marruecos (y a nosotros nos habían vendido un conductor experimentado) y que, por suerte, había enganchado otro taxi para seguir cuyo conductor conocía la zona. Este otro llevaba a tres yanquis muy simpáticos, de nueva york. Lo seguimos (siempre chupados, bien de cerca) por la ruta, haciendo dos paradas en los cañones o gargantas de dadés y de todra, donde el camino pasa a través de unos gigantescos acantilados de piedra y donde podés encontrar, con un poco de imaginación, las figuras más inesperadas. Mientras observábamos uno de los cañones, houssin nos dijo que haríamos esa noche en quarzazate y que al día siguiente ya nos dejaba en marrakech, lo que significaba (aunque parezca increíble) otro cambio en el itinerario acordado, que incluía en realidad dos noches en quarzazate. De nuevo discusión, esta vez con el otro taxista (que hablaba en inglés) de intermediario. Que el precio acordado, que el itinerario, que los otros dos (sharif y abdul) no le habían explicado bien, que el seguro del auto le vencía al día siguiente y tenía que volver a fés, etc, etc. El tramo final hasta quarzazate, plagado de unos paisajes maravillosos, transcurrió sin acuerdo y con caras largas. Cada tanto houssin, con cara de ofendido, me pedía fuego y nos pasábamos el encendedor sin hablar. Finalmente llegamos y nos ubicaron en un hotel en las afueras de la ciudad. Nos querían meter en una habitación sin baño, pero tampoco era lo acordado, así que les reclamé y nos pasaron a una con. Con la petisa, una vez instalados, decidimos tomarnos estas discusiones y regateos como un juego, para no estresarnos más. Entonces planteamos la táctica del policía bueno y el policía malo, que dicen que nunca falla. En pocas palabras, yo era el loco que se enojaba con todos y me levantaba de la mesa dando un golpe y ella se hacía la amiga comprensiva que trataba de componer, mientras les aclaraba que yo era un fucking freak imposible de contener, una especie de asesino serial. Repartidos los roles, bajó ella primero mientras yo me bañaba. Cuando llegué a la recepción estaba sentada en una mesa con los dos taxistas. La petisa me explicó que el pobre houssin pensaba que no debíamos pagarle más que lo que ya había recibido y que estaba preocupado por su presupuesto ya que no le quedaba mucha guita encima. Entonces le comentó que faltaba una parte, que ya no era la mitad porque le descontaríamos el día de menos que nos habían quitado con el nuevo itinerario. A mí me pareció bien, estaríamos un día menos en quarzazate que no es una ciudad muy grande y uno más en marrakech donde hay miles de cosas para hacer. Pero me sonó rara una solución tan fácil y el tiempo me daría la razón. Igualmente estreché la mano de los dos taxistas y nos fuimos a cenar todos felices y contentos. Comimos un tajine de carne y uno de pollo bastante buenos (aunque los yanquis se quejaban de que estaba muy seco) y nos fuimos a dormir, ya más tranquilos. Al otro día, bien temprano, iríamos a conocer la moderna ciudad de quarzazate, meca de los estudios de cine, donde ruedan casi todas las películas con imágenes del desierto. Y después, teníamos que cruzar el altísimo gran atlas, siempre y cuando nos lo permitiera la nieve.