Carlos Salem, autor de la novela Camino de ida, lanzada por la flamante Editorial Salto de Página, nació en Buenos Aires en 1959 y fue criado en la Patagonia, en la ciudad de Neuquén, al sur de la Argentina. De formación periodística, vino a Madrid en el año 1988 y trabajó vendiendo artesanías en un puesto de El Rastro hasta que logró desempeñarse como periodista y creativo publicitario. Fue director de diarios como El Faro de Ceuta y el Telegrama y el Faro de Melilla, lo que lo llevó a vivir unos 10 años en continente africano. El 80 % por ciento de la novela transcurre entre Marrakech y la zona del Atlas, no llegan a pisar nunca lo que es el Sahara verdadero. Carlos decidió volver a Madrid en el 2000, sobre todo para probar la suerte de escribir y publicar aquí. Hace poco más de un año, con su mujer Inés Pradilla, montaron el bar Bukowski, en el corazón de Malasaña, espacio donde poetas y escritores tanto españoles como latinoamericanos se reúnen a leer y escuchar. Un bar que fuera bar pero que a la vez tuviera espacio para la cultura con c pequeña, nada de C mayúscula y de títulos, sino abierta para todo el que quiera. Podés tener 70 años y leer tus poemas, podés tener varios premios, podés haber escrito tu primer poema ayer y querer leerlo aquí y el trato es igual para todo el mundo. A sus 47 años le llega la oportunidad de publicar por primera vez una de las ocho novelas que lleva escritas, luego de tres o cuatro intentos de publicación que estuvieron muy cerca y de haber quedado finalista en varios concursos literarios. Confiesa que escribe desde siempre, pero a escribir en serio y sobre todo encaminado a la novela, pues los 20 años que llevo en España. Dice que sus novelas son novelas pensadas para contarle una historia a alguien que no conoces, no para hacerte un psicoanálisis barato con el ordenador y qué contento estoy o qué difícil es mi vida, no me tira por ahí. Con respecto a sus influencias literarias, Carlos destaca fundamentalmente a su compatriota Osvaldo Soriano, sobre todo en esta novela, en frases cortas, en que las cosas vayan pasando, en esa manera de contar sin truculencia, aunque también habla de Cortázar en la vertiente de jugar con las palabras, de dejar que las palabras se muevan solas, que sean niñas, que salten y del peruano Manuel Escorza: aunque esta novela no tenga nada que ver con su estilo, es un tío que hizo un realismo mágico atado a la realidad. Camino de ida es una novela de perdedores, según su propio autor. Todos los personajes que aparecen en la novela son perdedores, porque es gente que está como al filo de su vida. Narrada en primera persona, la historia parte de un personaje, Octavio Rincón, oprimido totalmente por su esposa Dorita. Porque él quiere, aclara Carlos, la mujer es una excusa, podía haber sido un trabajo, una carrera, una vocación, muchas veces uno se busca una excusa para culpar a otra persona de no hacer lo que uno quisiera hacer, entonces Octavio en el fondo representa eso. Tras 20 años de matrimonio, la repentina muerte de Dorita en un viaje de vacaciones a Marrakech, lo hace salir al mundo, saltar en busca de su verdadera esencia, empezar a hacer cosas que nunca se había animado a hacer. Octavio es un perdedor porque lo educó así su padre, es ya un hijo de derrotado en la guerra civil. Y de su padre pasó a esa mujer, que podía ser muy opresiva y lo era, pero durante más de 20 años él nunca se rebeló porque en el fondo le era más cómodo. Mientras duda entre denunciar el accidente sufrido por su esposa o no hacerlo, ya que no habla el idioma y el accidente puede no parecer tal, se encontrará con los otros dos personajes centrales de la novela: Soldati, es un argentino ex guerrillero y empresario que ha ido a Marruecos a hacer la revolución o a hacerse rico, lo que salga primero, un tipo que tiene una fábrica de helados en el desierto; y Charlie, un hippie en torno a los 45 años, perdido en Marruecos, que dice que es Carlos Gardel y que, si le crees, es un tipo que lo tenía todo, que era un ganador nato, pero como sabía que con la edad iba a empezar a perder hizo un pacto de inmortalidad a cambio de dejar de existir en el mundo como esa figura mundial que era, a cambio de ser un hippie anónimo en Marruecos. Y es un tipo que le duele tanto esa pérdida que quiere volver a Europa o a Miami para matar a Julio Iglesias por el disco de tangos que ha grabado. Tamaño desafío el ponerle cuerpo a un personaje casi mitológico como es Carlos Gardel, un famoso cantante de tangos franco argentino que murió en la cúspide de su carrera. Pero Salem lo logra airoso: Mi idea era contar una novela donde Gardel fuera uno de los protagonistas, contada desde la visión de un personaje español, pero que pudiera ser leída tanto en España como en Argentina y el resto de Latinoamérica. La novela, más allá de su estupenda agilidad y de ser muy entretenida, habla también de esa nostalgia que va dejando el paso del tiempo en el ser humano. Está todo teñido por la mirada de Octavio, un hombre que ha perdido la mitad de su vida y en el fondo lo sabe, entonces, claro, el paso del tiempo para él es muy importante, te diría que más que para mí, porque cuando yo empecé a escribir esta novela no me preocupaba tanto como ahora el paso del tiempo. Como latinoamericano, Carlos cree que el público latino, al leer su novela, se va a encontrar con que no somos tan distintos a los españoles. Yo creo que se van a dar cuenta de que España no es tan diferente de Latinoamérica como nos pueda parecer por todos los coches de lujo y el dinero, que es mucho más del que hay allí. Yo creo que parte de la grandeza que tiene España y la que tiene Latinoamérica es potencial, la capacidad de atar todo con alambre, de improvisar y tirar para adelante. Lo que hace invencibles a los pueblos es eso. Es o me caigo, o me levanto, o me salpico el pantalón manchado, lo que hace Octavio, lo que hace el personaje de Soldati, lo que hacen en muchísima literatura latinoamericana y lo que hacen los latinoamericanos y hacemos aquí: me levanto y sigo andando. Yo creo que lo que se van a encontrar es esa tranquilidad de darse cuenta de eso, sobre todo los recién llegados. Y los que lleven más tiempo dirán: coño que es así, acá también todo se ata con alambre.